EL REINO DEL DISPARATE
El reino del disparate,
por Guillermo Lascano Quintana
Parece un cuento infantil, como Alicia en el País de las Maravillas o la saga de Harry Potter, en donde todo es posible: que los conejos hablen y que las personas vuelen, pero el reino del disparate que soportamos los argentinos se asemeja más a un drama o una tragedia.
Aquí hay Ministros que fueron terroristas y no se arrepintieron; sindicalistas corruptos que aspiran a cargos electivos ; jueces indignos que violan la Constitución y elementales principios jurídicos y de decoro; dirigentes políticos que transan con el diablo, por un cargo, sin explicarle a sus mandantes – el pueblo – sus motivaciones; empresarios que disfrutan de privilegios inmerecidos; maestros que no enseñan o cuando lo hacen mienten; periodistas que emiten opiniones sesgadas por un plato de lentejas; una titular del Poder Ejecutivo Nacional, que no gobierna y en cambio viaja y dicta cátedra que a nadie interesa, frente a auditorios comprados; partidos políticos y sus líderes que no exponen ideas o propuestas, siquiera elementales; fuerzas armadas y policiales diezmadas y desmoralizadas, incapaces de cumplir con sus cometidos; delincuentes de toda laya que se hacen un festín; elecciones “a dedo” de candidatos a cargos electivos y el último invento de candidatos “virtuales”. Hay presos que no deberían serlo y delincuentes en libertad.
Todo ello y mucho más, frente a la indiferencia de la mayoría de los ciudadanos – muchos de ellos esclavizados por la “ayuda social” - que ve como se adelantan comicios - cual si se tratara de un partido de fútbol - en los que supuestamente deberían elegir a sus representantes, sin saber quiénes son o que méritos tienen, entre tanto un par de funcionarios irresponsables dilapidan los fondos jubilatorios confiscados por una tribu de malandras, ignorantes y traidores.
Las cuestiones trascendentes no se tratan o se ignoran. Nadie propone, seriamente, ideas para combatir la pobreza, la inseguridad, el pésimo nivel de la enseñanza y la salud públicas. No se debaten temas como el flagelo de tráfico y consumo de drogas, o la seguridad de nuestras fronteras; en tanto se miente, descaradamente; sobre los índices “oficiales” del costo de vida, el nivel de actividad, o la tasa de analfabetismo.
Hay además “escuderos” de los “señores” que despotrican, amenazan o corrompen y algunos “bienintencionados” que creen que hay que dar batalla desde adentro del gobierno.
Sin embargo, no todo está perdido y aún es posible recuperar la razón, el orden, las buenas costumbres y con ello el progreso y el bienestar.
Para ello el primer paso está dado desde el momento en que ha quedado demostrado que el “kirchnerismo” y su cohorte, está terminado. Ha quedado en evidencia el disparate de su gestión populista y demagógica, llevada a cabo, además por ignorantes y resentidos, que han sembrado el odio y el desprecio hacia los otros.
Lo más difícil es lo que vendrá después, ya que el descrédito de los partidos políticos es muy grande, la incomunicación entre sus dirigentes y la gente es enorme y del desastre económico, social, institucional y hasta cultural es de magnitudes inconmensurables.
Frente a la dificultad hay que volver a los principios, a aquellos, que hace poco más de un siglo y medio, permitieron que la República Argentina, un lugar pobre, deshabitado y remoto del globo terráqueo, se transformara en una nación rica y pujante. Hay condiciones similares a las de aquellos tiempos. Aún podemos ser el granero del mundo, que reclama alimentos y desarrollarnos con los modernos avances técnicos, si somos sensatos y pacientes.
Comencemos por respetar, a rajatabla, el orden jurídico fundado en la Constitución sancionada en aquel tiempo, lo que implica, entre otras cosas, el respeto a la libertad de cada uno de hacer lo que quiera sin molestar a los demás; la garantía de la iniciativa y la propiedad privadas; la libre elección de las autoridades de la Nación y sus Provincias, quienes deben responder por sus actos; el funcionamiento de los partidos políticos como engranaje imprescindible entre dirigentes y dirigidos y escuela de conducta ciudadana.
No confiemos en hombres providenciales o dirigentes esclarecidos. La tarea es de cada uno de nosotros, como lo fue la de los fundadores de la Patria. Tal vez así las cosas vuelvan a su quicio y terminemos con el reino de disparate.
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