SOBRE LA LIBERTAD

Este es un valor, exclusivamente propio de la humanidad, o con más precisión, de seres humanos que se manifiesten como tal.



Razón y pasión son los atributos esenciales del hombre según Platón, los cuales se desarrollan al máximo en sociedad (polis), la cual implica una organización: estamos, entonces, ante el zoo politikon aristotélico.



La polis (una polis) era la organización perfecta para Platón, al igual que la Iglesia Católica (George Gordon Catlin, “History of the political philosophers”), era la gran familia perfectamente integrada (concepto sociológico distinto a agregado) y que nadie en su sano juicio y de buena fe, podría cuestionar; quien así lo hiciera, estaba equivocado y habría que reeducarlo (lavado de cerebro, por oponerse al sistema) y si su posición era radical, se lo exiliaba (excomulgaba) sanción máxima aplicable. Ejemplo generalizado de libertad, la existente en la Grecia clásica (eso sí, siempre y cuando se estuviera de acuerdo con el sistema)



Hace unos días escribí justamente sobre el valor masculino de la libertad, como la otra cara de la moneda de la femenina seguridad y también sobre que son muy pocos los hombres, con su valor potencial de libertad, que realmente la quiere (ejemplo, san Alberto Magno, que donó todas sus pertenencias – que no eran pocas precisamente – para así, totalmente libre, poder dedicarse plenamente a dios).



Sin embargo, la inmensa mayoría de los seres humanos masculinos, buscan la seguridad que les puede brindar la ciudad fortificada, el amo (aunque los trate mal), ¿acaso Maquiavelo, Galileo, da Vinci, Miguel ángel, entre muchísimos más no buscaban los favores de los dux en turno para vivir y así llegamos, también, a Wagner.



Los mecenas de antaño fueron reemplazados por el estado omnipotente, del cual dependen, no solo el hombre como individuo en forma aislada, sino también en forma orgánica, llámese iglesia, fuerzas armadas, empresas “privadas”, burocracia, sindicatos, intelectuales, etc.,… siendo todos éstos receptores al mejor estilo femenino.



Existen, por otra parte, quienes dan, pero no por masculinidad, sino por intermediarez entre el verdadero donante y los receptores (“lideres” políticos demagogos y sádicos que sienten placer al ser aplaudidos por arrastrados sectores sociales.



Hay una guerra permanente entre el hombre y la mujer, entre lo masculino y lo femenino (Oswald Spengler, “Decadencia de Occidente”), son dos lenguajes distintos (durante las cruzadas los señores feudales dialogaban con los jefes musulmanes porque tenían el mismo lenguaje y no lo hacían con sus propios vasallos, aunque poseían el mismo idioma.



¿Quién es, entonces, nuestro prójimo (próximo)?, ¡quién habla nuestro propio lenguaje o nuestro propio idioma?



En honor a ese milenio en que imperó el ubi sum del medioevo feudal europeo, con todo lo que ello implica (cuya historia oficial – de propios y ajenos – desfigura permanentemente), prefiero valorar al lenguaje por encima del idioma.



Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa y es así que los seres humanos que se manifiesten como tales (racionales, pasionales – en ese orden – y sociales) deben unirse a sus semejantes y distinguirse de quienes actúan como animales (causa/efecto o estímulo/reacción o ensayo/error), de quienes privilegian la pasión sobre la razón y de los que son disolventes sociales.



Digamos las cosas como son y de frente: estos últimos no son mi prójimo, ni mi próximo y no tengo porque tratarlo deferentemente al igual de los que sí lo son.



Muchas cosas se dijeron, se dicen y se dirán al respecto, pero una cosa es el laboratorio aséptico y otra cosa es el mundo (inmundo) que presenta la realidad vivencial de todos los días.



¿Qué esta postura es discriminatoria? y bueno, otra de las “virtudes” exclusivamente humana es la estupidez, la cual se la puede elevar a la enésima potencia hasta convertirla en organismo estatal.



Ricardo Molina



Buenos Aires

República Argentina

16 ABR 09