EL SHOW NO DA PARA MAS
El show no da para más
En la carrera contra una realidad que lucha por imponerse, los Kirchner están dispuestos a todo.
Sin embargo, los hechos les pisan los talones y el matrimonio comienza a perder ventaja.
por Gabriela Pousa
Como si hubiera una cuenta regresiva, los Kirchner están dando todos los pasos necesarios para acelerar su salida. Ahora bien, lo paradójico, es que no hay "cantinela destituyente" que no devenga de sus propias filas, ni mucho menos estamos en presencia de una oposición capaz de erigirse alternativa eficaz y garantida para que se sientan amenazados como lo vienen demostrando.
Es evidente que están dispuestos a todo, incluso hasta lo malsano. En esa carrera contra el tiempo no son conscientes siquiera del daño que se van autoinfringiendo. Son pocos los que quedan merodeando el comando presidencial montado en Villate, devenido hoy domicilio particular del ex presidente al frente del cargo. Algunos están con un pie en cada lado, como suele decirse vulgarmente, observando hacia dónde pegar el salto. Sin embargo, es inútil hablar de lealtades e incluso de ideologías partidarias. A esta altura, y según quién lo defina, el peronismo es todo o es nada. Por lo tanto, ser o no ser es una cuestión de conveniencia más que una convicción férrea.
Las crónicas de actualidad últimamente parecen una burla a la sociedad. Plantean un ajedrez de nombres que serán candidatos virtuales, otros que no lo serán como si ello fuese lo importante. Muestran lo que ya todos saben: nadie confía en los K. Si acaso hay quejas por la baja de las ventas, no echen la culpa a la tecnología que lleva a muchos a ojearlos apenas como un pasatiempo, más que como un modo de informarse. Imaginemos a un extranjero leyendo alguno de nuestros medios.
Es natural que éstos si nos visitan, elijan fotografiarse con los piqueteros antes que hacerlo, por ejemplo, con los granaderos si de repente, ellos son un instrumento de presión o de descrédito para un vicepresidente más que una institución centenaria a la que siempre se rindió tributo y respeto. Por otra parte, para qué fotografiarse con un monumento cuya permanencia es un misterio. Nadie puede darles certeza del tiempo que pueden perdurar por más que sean obras de arte de valor incalculable.
En la Argentina, gracias al gobierno de turno cambian los nombres de calles, avenidas, escuelas; y hasta el patrimonio cultural puede derribarse si acaso representa o fue erigido por un artista en homenaje a un antepasado que no goza de la simpatía del jefe (o de la Jefe) de Estado.
Regresando a los temas que hacen a la agenda política, se verá que éstos nada tienen que ver con las demandas perentorias de la gente. Faltan 60 días para la elección legislativa y de la noche a la mañana se nos dice, con total impunidad, que "no es una legislativa más" (Daniel Scioli dixit).
¿De qué se trata pues? De un manoseo institucional pocas veces visto, aunque fácilmente advertible si se tiene en cuenta quién es el que dirige el show donde se monta la escenografía proselitista. Alguien que conocía en demasía al matrimonio presidencial me dijo sin titubeos que el único requisito para acceder a un cargo al lado de ellos era la inmoralidad. No se equivocaba. Las listas testimoniales abundan de inmorales. Son en sí mismas una fidedigna muestra de indignidad. Una más.
Ahora bien, analizando el panorama electoral, es dable destacar hasta qué punto lo importante no es tema. Ninguna solución a la inseguridad. Los medios hablan del dengue sin que la responsable política de la epidemia haya aún dado un paso al costado. No es por defender lo indefendible, pero si Aníbal Ibarra debió dejar su cargo a raíz de la tragedia de Cromañón, ¿no le cabe el sayo a Sandra Mendoza de Capitanich? ¿Es posible que nadie recuerde cuando enfatizó que sólo había tres casos mientras colapsaban las salas de primeros auxilios en las zonas más carenciadas de la provincia en que ejerce como ministra de Salud?
Con estas fallas en la memoria, todo puede suceder el 28 de junio cuando se abran las urnas. En rigor de verdad, hay que desmitificar lo que el mismísimo Gobierno creó como una cuestión de gobernabilidad. La verdad es que la gobernabilidad no puede peligrar porque no la hay. La Presidente brilla por su ausencia o se para detrás del atril para "vender" algo inexistente, y su marido utiliza como argumento proselitista aquello que, paradójicamente, los "enemigos" le han regalado en suerte. A saber: las bonanzas de la burbuja antes de estallar que compraba los comodities a precios sorprendentes; y el sector agropecuario que le permitía ese caudal de mercadería para que llenaran las arcas, y cubriera con subsidios y caja los problemas, en vez de solucionarlos con políticas concretas.
Ahora, financiar esos agujeros se complica pero todavía hay cierto margen para atenuarlos, al menos, en aquellos cordones del conurbano que le pueden posibilitar al matrimonio presidencial hablar de "triunfo" el 30 de junio aunque éste no sea tal. Analizar si eso es una victoria es tan ridículo como discutir la cuadratura del círculo. El Gobierno ha perdido credibilidad y, en este contexto, un voto más no lo faculta para creerse con posibilidad de hacer lo que no se ha hecho hasta ahora. Es decir, comenzar a gobernar. Pueden atenuar los gritos y disimular las formas, pero cambiar no han de cambiar porque están fiados de que el "estilo K" es el adecuado.
La gobernabilidad no está en juego por la simple razón de que el caos es ya una realidad aunque sigan siendo los Kirchner quienes habiten Olivos y frecuenten, cada tanto, la Casa Rosada. El país está invivible. Se debate entre paros y amenazas; movilizaciones que cercenan el libre tránsito todos los días, incluidos los sábados y domingos: un milagro que sólo Kirchner pudo lograr. Antes los 'disidentes' no trabajaban los fines de semana. Quizás sea eso lo que se mide cuando se habla del índice laboral.
A su vez, hay crisis educativa desde la primaria hasta la universidad colapsada y embebida en contenido político más que académico e intelectual. Hay temor reverencial al regreso de bonos, patacones y cuasi monedas porque no hace falta ser matemático para darse cuenta que los números no cierran. Puede que el FMI preste aunque Kirchner lo patotee, una costumbre que ya no genera ni asombro siquiera, pero para eso es menester arreglar con el Club de Paris, solucionar el problema de los bonistas extranjeros y sincerar el INDEC, lo cual podría hacerse de aquí en adelante pero hacia atrás jamás.
Por lo tanto, todo este juego de especulaciones acerca de una elección que está definida de ante mano, es tan sólo otra de las distracciones a las que nos tiene sometido un gobierno que se va cocinando en su propia salsa, cuya receta se la pasado Yiya Murano.
Los pactos entre Agustín Rossi, Carlos Alberto Reutemann (recordemos que ambos "robaban del mismo mercadito" según confesó el ex piloto automovilistico), en este contexto son tan poco creibles como las peleas mediáticas que representan para sacar provecho de la confusión.
Las internas en pro de erigirse candidatos a la presidencia cuando, constitucionalmente faltan casi tres años de gobierno, ponen de manifiesto también que la gobernabilidad está jaqueada por los mismos adláteres de los K, y nada tiene que ver con el resultado electoral. Por el contrario, encuentra su causa en una administración que no ha hecho nada, y sí ha deshecho tanto que -en la ceguera- no advirtieron o no quisieron advertir que se metían ellos mismos su maquinaria destructiva.
Que Kirchner sea o no candidato es tan importante como que lo sea Nacha Guevara o cualquiera de las bailarinas del staff de Marcelo Tinelli. No seamos ingenuos. El caos ya es un hecho, y es el legado que les quedará a quienes deban hacerse cargo de la tierra arrasada que han de dejarnos, ni siquiera en el 2011 sino cuando decidan, unilateralmente, como lo han hecho siempre, que es mejor irse comprando previamente, impunidad.
Esa es la pregunta del millón: ¿quién se las venderá?; y no quién gana una elección que ya se ha convertido en un eufemismo de acto cívico para disimular que nuestra democracia no existe más.
A recuperarla se ha dicho.
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