BORRADOR....
Borrador de balance
por Ricardo Lafferriere
ricardo.lafferriere@gmail.com
“Sería injusto –aún desde la posición fuertemente crítica de esta columna- decir que todo lo malo está en quienes triunfaron. Allí, a pesar de que las mafias bonaerenses conforman su “núcleo duro” electoral, hay científicos y técnicos, intelectuales honestos, y hasta emprendedores que se niegan a reconocer haber sido otra vez víctimas de una frustración".
"Por el bien del país y del futuro, quiera Dios que puedan predominar en la Asamblea de Neuronas de la nueva presidente, único espacio de reflexión que esta original democracia ha dejado a las ideas para chocar y generar sus síntesis."
"La oposición, por su parte, ha dado un enorme paso adelante en la reconstrucción de su representatividad, logrando la adhesión –como se adelantó- de la mayoría de los centros urbanos. Pero tampoco sería honesto ignorar que también tiene en su seno restos de la Argentina prebendaria, cerrada y apropiadora de rentas ajenas, aunque está claro que no integran su núcleo básico."
"Deberá también pulir su discurso, reconstruirse como opción política orgánica, abrirse a los compatriotas que puedan mostrar el camino de la Argentina abierta y plural, democrática y dinámica, inserta en lo mejor de las corrientes mundiales de inversiones, comercio, finanzas, tecnologías y valores. Y deberá, además, demostrar que todo eso es compatible con un funcionamiento maduro y democrático en el que las propuestas de futuro pesen más que los contrapesos seudoideológicos del mundo que se muere.”
Con estos párrafos valoraba esta columna la situación del país, luego del triunfo de Cristina Fernández en la elección de 2007. Es buen momento para analizar, a la distancia, la evolución en estos años.
La base electoral del oficialismo sigue estando en las mafias bonaerenses, que han incrementado sus complicidades con las redes delictivas y de narcotráfico. Esta característica es relativamente independiente del manejo económico del gobierno, en razón de que sus ingresos principales no surgen de las finanzas públicas sino, en todo caso, del abandono estatal de su responsabilidad en la seguridad pública. La inseguridad ha sido colocada en el lugar de una “zoncera”, en la caracterización del Jefe de Gabinete, aunque esa zoncera haya llevado a la Argentina a compartir con Pakistán el dudoso honor de no ser informada de las operaciones globales que le incumben, por la desconfianza que generan en el mundo sus instituciones y funcionarios.
Los agregados marginales positivos que incluye el núcleo oficialista lo siguen siendo, ayudados esta vez por la favorable situación internacional, aunque marcadamente desperdiciada. Pequeños emprendimientos florecen al compás de la dinamización apoyada en la exitosa perfomance exportadora de la producción agropecuaria –a pesar de la persecución obsesiva del oficialismo- y del recalentamiento inflacionario acelerado autosostenido por la presión forzada del consumo generada por la política oficial. Los grandes, por su parte, aprovechan los espacios de “arbitraje” que les crea la alocada fiebre especulativa que habilita el desborde inflacionario, incrementando sus ingresos rápidamente transformados a divisas.
Pareciera haber consenso entre los economistas sin carga ideológica en la peligrosidad que implica una política pro-cíclica en momentos de auge, por su alto contenido de incertidumbre y su vulnerabilidad a la interrupción del ciclo externo. En este aspecto, la presidenta abandonó su discurso de comienzos de mandato, que parecía anunciar mayor seriedad en las finanzas públicas cuando describía a los “superávits gemelos” como la piedra filosofal de su visión económica, para pasar paulatinamente a caer en los déficits gemelos, el déficit público disimulado en las apropiaciones de fondos previsionales y reservas, y el deterioro de las cuentas externas por la creciente prohibición de importaciones, que recrea las toscas medidas aislacionistas propias de las economías de mediados del siglo XX.
La oposición…. es otra historia. Al igual que el gobierno, desperdició cuatro años. Sus propuestas carecen de mirada al futuro, y ha preferido –salvo contadas excepciones- atacar al gobierno desde la comodidad del pasado. Las opciones más modernas han abandonado la pelea, y la principal opción ha preferido no hacer olas, cuestionando aquellos aspectos de la gestión vinculados con la corrupción más ramplona, pero sin hacerse cargo de la agenda ciudadana ni de la agenda de futuro.
Englobando gobierno y oposición en el gran espacio del “campo de la política”, como solía definirlo el ex presidente Menem, los ciudadanos sienten que sus discursos y sus actos siguen el proceso desde atrás. El gran ausente es el liderazgo de cambio, que se ponga el país al hombro y levante su mirada al horizonte. No se observa rumbo cierto, sino la administración de la coyuntura que el destino vaya presentando, tratando cada uno de sortear el respectivo obstáculo pero sin tener claro ni la dirección, ni el puerto.
Los argentinos, mientras tanto, ante la gigantesca ausencia de liderazgo, partidario y personal, forjan su destino como pueden. A esta altura, la sensación que queda es el temor a las olas, porque son conscientes de que en el juego del poder, cuando se acercan las elecciones, se suelen perder tanto escrúpulos como sentido de prudencia. Se defienden de la aceleración inflacionaria recurriendo a su memoria histórica, con niveles de endeudamiento creciente para atar los precios a sus ingresos actuales, aseguran sus excedentes en divisas o inmuebles, preferentemente en el exterior, y se toman fuerte de sus asientos para enfrentar las inexorables turbulencias.
Buscando la mitad llena del vaso, lo que se impone es la admiración a la formidable capacidad de resistencia de los argentinos. Jubilados sobreviviendo a pesar del saqueo de sus ingresos, productores agropecuarios sosteniendo su actividad a pesar de Moreno, industriales manteniendo sus fábricas andando a pesar de la ausencia de costos, precios y mercados, empresarios de obra pública tolerando la carga muerta de “socios” cleptócratas que les absorben la parte del león, trabajadores alertas para evitar la licuación de su salario por la inflación galopante, ciudadanos, en suma, resignados a escuchar discursos impostados –en el atril, en el Salón Blanco, en la tercera o cuarta inauguración de alguna obra aún no comenzada, o en algún foro internacional- disimulando la vergüenza propia y ajena por quienes pretenden darles cátedra al mejor estilo del “maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela”.
Si la Argentina tiene futuro, no es precisamente por su espacio público. Es por estos admirables cuarenta millones de compatriotas.
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