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sábado, 7 de mayo de 2011

Y EL MUNDO SIGUE CRECIENDO


Y EL MUNDO SIGUE CRECIENDO...

Por Susana Merlo

Mientras el mundo, a pesar de las convulsiones económicas que aún sacuden a algunos países, especialmente europeos, sigue creciendo y llevando los precios de muchos de los productos que produce la Argentina a niveles impensables hace pocos años atrás, el país sigue estancado, distraído con escándalos mediáticos (políticos y faranduleros), y sin que nadie decida destrabar los conflictos que impiden producir y aprovechar las estupendas condiciones internacionales que hay.

Los precios de la carne en el exterior duplican a los de la década pasada. Uruguay acaba de pagar por el litro de leche en tranquera de tambo 0,45 US$, marcando su récord histórico (en Argentina también lo sería), y los granos es bien sabido que están en niveles de cotización muy altos o máximos en algún caso.

Se dice, además, que una de las pocas limitantes para que el mundo crezca aún más son las restricciones energéticas, agravadas ahora por la suba del precio del petróleo por los conflictos bélicos en las zonas productoras y por la situación de alarma mundial generada alrededor de las centrales nucleares tras el tsunami en Japón, que puso en riesgo una de las mayores plantas del planeta.

Pero esto, que es muy malo pues limita, al menos en una primera instancia, la posibilidad de generar más energía muy limpia y barata, representa una gran posibilidad para los países que, como la Argentina, tienen condiciones y espacio para producir soja, maíz o caña de azúcar, principales materias primas para la elaboración de biocombustibles, convertidos ahora en la vedette alternativa a otras energías más caras o riesgosas.

Naturalmente esto garantiza un lapso más o menos prolongado de precios sostenidos para los granos. Igualmente, el crecimiento económico que se sigue registrando en China, India y otras regiones, compensan de sobra la caída relativa de otras economías y dan soporte estable a los precios de los alimentos, desde los primarios a los más sofisticados. Así, la carne vacuna, la leche, la carne de cerdo, la de aves, las frutas finas, los productos de contraestación o las materias primas para producirlos (granos, harinas, pellets, etc.), mantienen su escalada alcista, más allá de circunstanciales tomas de ganancias como las de esta semana.

Encima, como las limitantes a estas producciones es la cantidad de suelos aptos para cultivos y el agua dulce, los valores inmobiliarios de la comparativamente escasa tierra que cuenta con estas condiciones en el mundo (y la Argentina posee una buena parte) recuperaron no sólo los niveles anteriores, sino que buscan nuevos picos de valor.

Y, ¿qué sucede en el país ante todo esto? A diferencia del crecimiento registrado en otros países productores, especialmente los vecinos, excepto en soja, la Argentina sigue estancada o, como sucedió en ganadería y trigo, directamente en retroceso.

Para cualquier observador no es demasiado difícil encontrar el por qué: restricciones, amenazas, falta de transparencia cada vez mayor en los mercados debido a las continuas y arbitrarias intervenciones oficiales, cambios en las reglas de juego, precios máximos o de referencia, permisos para vender, comprar, exportar, prohibiciones de importación, etc., etc., etc. Estas son algunas de las herramientas con las que se logró (en la más extraordinaria coyuntura de precios internacionales) que la Argentina esté quieta, estancada y produciendo lo mínimo indispensable en lugar de avanzar a toda marcha mientras dure el viento favorable.

El ejemplo más emblemático es el trigo que, aunque enfrenta un futuro internacional más que promisorio y cuenta en el país con condiciones agroecológicas como para producir 25-30 millones de toneladas, ni siquiera alcanza a superar las 16 millones que lograba en la década pasada. Y ahora, frente al inicio de la nueva campaña, lo único que está claro es que, en el mejor de los casos, se podría repetir la magra perfomance del último ciclo (con 12-14 millones de toneladas de producción) ya que los agricultores todavía tendrían cerca del 50% de lo producido en la cosecha anterior en sus manos porque no lo pueden vender. La molinería no compra porque el Estado no le paga las compensaciones y subsidios adeudados y los exportadores porque no les dan los permisos para vender al exterior.

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