POPULISMO
POPULISMO, A TODO O NADA
Por Jorge Omar Alonso
“El populismo debería radicalizarse” dijo el número dos del Ministerio de Economía, y prosiguió muy convencido: “Ganada la batalla cultural contra los medios, y con un posible triunfo electoral en ciernes no tenés límites”. Así se expresó este émulo de Gramsci.
Esto es lo que nos espera entre otros males si llegara a triunfar el régimen en octubre. Esto es “ir por todo” como acostumbran a amenazar.
El populismo es un sistema que se ha usado para gobernar un país con una gran parte de su población en estado de pobreza, pero con cierto grado de instrucción política y con una minoría con un nivel de vida aceptable en vivienda, consumo, salud, instrucción, posesión de bienes y proyectos para el futuro.
Otra mayoría tiene un nivel de vida bajo pero, esto es esencial, está en gran parte alfabetizada y a través de radio, cine y TV tiene conocimiento de niveles de vida más altos y en muchos casos cierta experiencia política, es el caso de la llamada clase media.
La instrucción pública y los medios de comunicación masivos hacen que los pobres imaginen que pueden cambiar su situación, y lo hacen a través de la incitación al consumo de ciertos productos, electrónicos en su mayoría, que son ofertados convenientemente para ser adquiridos por esa franja de la población.
De todos modos debido a una estructura económica interna, es muy difícil que esa mayoría pueda alcanzar un nivel de vida aceptable.
Las diferencias entre pobres y privilegiados no obstantes son abismales.
Es entonces que suele aparecer el líder carismático que convenza al grupo marginal de que él va a mejorar la situación. Por lo general llega al poder por elecciones.
La prédica populista suele ser la lucha contra la injusticia que mantiene pobres a la mayoría de la población, la culpa -se dice- es de los privilegiados que viven bien a costa de la miseria del pueblo. No se habla de la productividad ni de la estructura de la economía.
El líder apela a los resentimientos de los pobres y amenaza a los privilegiados. Siempre se gana a una fracción de estos que por alguna causa están disconformes con su situación económica, de poder o tienen ideologías contra el sistema vigente. Su acción se apoya más en los símbolos que en el discurso racional para convencer. Actos masivos ruidosos, largos discursos declamatorios, emotivos y amenazantes y desplantes en relaciones internacionales mantienen la figura del líder ante su pueblo.
Las declaraciones y acciones contra enemigos externos e internos, reales o imaginarios tienen el mismo fin.
La acción política tiende a lograr el unipartidismo o un partido dominante y el control del poder legislativo y judicial, como en el caso del kirchnerato. En algunas situaciones el partido dominante dura más que el líder fundador dando lugar a una sucesión de mandatarios que dan apariencia de democracia, aunque no hay alternancia de partidos, como sucediera con el Peronismo.
La crítica al sistema capitalista liberal es la principal faena de estos demagogos populistas.
La acción económica del populismo depende mucho de la estructura económica del país. Un denominador común es el aumento del gasto público por creación de empleos, subvenciones, transferencias a los más necesitados, propaganda política
En los gobiernos populistas el intervencionismo estatal perjudica la inversión, destruye la competencia, debilita la selección por el mercado.
Su acción social es de remediar la pobreza, pero no ha podido erradicarla, ni siquiera reducirla a una minoría como en los países desarrollados, lo que tampoco es su verdadera intensión, ya que al líder populista y su aparato distributivo basan su poder y prestigio en ayudar a los pobres. Sería suicida para el populismo reducirlos a una minoría.
El kirchnerismo ha adoptado intelectualmente la reivindicación del populismo de Ernesto Laclau, para quien ese populismo no es el demonio, es un concepto político por excelencia.
El populismo no es para Laclau una ideología de contenido específico. El carácter distintivo del populismo es que aloja una variedad infinita de demandas que logran unificación a través de un enemigo común: la rabia antioligárquica.
Me cuesta creer que los Kirchner lo hayan podido leer para abrevar en su pensamiento, puesto que como dijo Jesús Silva-Herzog Marquez: los párrafos de Laclau están empedrados de un pedante dialecto profesoral que hostiga al lector.-
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