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sábado, 7 de mayo de 2011

PERONISMO


ELECCIONES 2011
El peronismo, el hipocondríaco de Moliére

"El peronismo, pese al carácter revanchista, vengativo, autoritario, paternal, selectivamente memorioso o desmemoriado, que es igual, es el eje de lo que somos. Nos abarca, contiene, perdona. Nos indulta. Nos aplasta. Nos amasija. Es incomprensible que quienes viven en mitad de su cuerpo se sientan lejanos, con la capacidad que sólo otorga el afuera, la lejanía. Los espectadores son parte del espectáculo", afirma el autor.

por RAÚL ACOSTA


Para B.S., la chica Chanel de la politología.

ROSARIO (La Capital). Hay una escena decisiva de la farsa de Moliére con éste nombre (“El enfermo imaginario”, su último trabajo) cuando el personaje principal acepta el consejo de su criada y decide simular su muerte, para saber qué opinan su mujer y su hija. Un hipocondríaco que finge que se muere es una situación cómica y dramática, según quien.

Jean Baptiste Poquelin (Moliére) fue, para muchos, el mejor. Al menos tras él se erige la farsa como una de las pistas veloces de la comunicación. Un modo que es forma y atraviesa siglos.

En Moliére hay una búsqueda de universalidad por una senda segura; simular la muerte alcanza a cualquiera. Gusta. Es un deseo que pertenece al complejo mundo de los hombres, de todos. En la farsa la complicidad del espectador es decisiva. Ésa es la razón, se supone, de la inmortalidad del dramaturgo francés.

Los elementos comunes, la carnaza que unifica, que procura la comprensión de un texto. Y la genialidad, el ojo para descubrir aquello que el espectador estaba necesitando ver a través del grueso trazo, para hincar el diente en lo más fino, lo más profundo. El que aplaude a Moliére no lo sabe, pero es un caníbal. El mecanismo de Moliére, deslizarse por el atajo que elimina al sujeto, para volverlo un tercero, permite la risa de cualquiera que mire o comente, sin saberse (o sentirse) nombrado; ése es uno de sus dones. El ojo sagaz sobre las fallas del hombre otro don. Fue un superdotado. Eligió el camino de la farsa para contar cosas terribles.

Deberíamos volver a Moliére. Argentina es un personaje típico de sus trabajos. En estas elecciones de 2011 se define la aprobación de la primera década y el compromiso para la que viene. Nadie niega que la primera década del XXI fue distinta a la decena final del siglo XX y su resaca: 2000/2001. Que hubo un castillo conceptual que se derrumbó.

En este siglo nada quedó en pie, en el país, solo el peronismo. El peronismo, tomado como el eje de la sociedad argentina, es un enfermo imaginario. Es un hipocondríaco. Es el actor principal. Cada tanto simula que se muere, para observar la actitud de sus parientes.

En el 1945 en Argentina el peronismo se convertía en actor. La esencia del peronismo, la justicia social como el horizonte, es un hallazgo muy feliz. También una deuda. Y una culpa, claro. Horizonte lejano. No hay justicia social. El peronismo, único actor protagónico en escena es quien sigue asumiéndose. Convoca a los actores de reparto y escribe el texto. Es visible que ha elegido la farsa.

Los endiosados creen dominarlo. Todos han terminado en el camposanto. El peronismo se ha comido a buenos y malos, sabios e ignorantes. También crápulas y asesinos depravados. En esta primavera llegará (por fin) el juicio final al pasado. Ganarán. Escribirán la historia. Los DD.HH ya no estarán en campaña. Comenzará el parto del país por venir. Un país, en rigor un peronismo, agonizante o enfermo imaginario. En su interior estamos. El equipo K no ejecuta un modelo sino una forma estrafalaria de practicar un ideario. El peronismo nunca fue un modelo, siempre fue un método que hoy no le pertenece, es general.

Los analistas se extrañan y desde el afuera lo analizan. Mal, obligatoriamente mal. Antes simplemente lo demonizaban, abjuraban y/o combatían. Ahora pretenden besar al sapo. Creen en sortilegios. Se sienten fuera.

El peronismo, pese al carácter revanchista, vengativo, autoritario, paternal, selectivamente memorioso o desmemoriado, que es igual, es el eje de lo que somos. Nos abarca, contiene, perdona. Nos indulta. Nos aplasta. Nos amasija. Es incomprensible que quienes viven en mitad de su cuerpo se sientan lejanos, con la capacidad que sólo otorga el afuera, la lejanía. Los espectadores son parte del espectáculo.

El peronismo, tan culpable, incriminado, auto incriminado, reprobado en sus orígenes, empieza a convertirse en método común de acceso al poder. Cargado de culpas, su hipocondría lo hizo más intolerante y cerrado.

Paradoja: su conducta se ha generalizado. Hasta permite que lo decreten moribundo, solo para ver qué pasa. En mitad del escenario el peronismo sigue siendo el eje, del mismo modo que un muerto, real o imaginario, es el eje de su velatorio. El poder está en los votos del enfermo imaginario.

El peronismo, para muchos, es el culpable de todos los males del país. Solo la licantropía puede explicarlo (parece). Lobizones, hombres lobos, aulladores ante la luna, los peronistas son/fueron los transmisores genéticos. El país se arruinó por ellos. Salen de madrugada a morder las yugulares de los santos varones y las pobres vírgenes, inocentes mujeres y buenos habitantes de la casa grande. Recemos tres Padrenuestros en su nombre, hermanos.

Quien está en mitad de un espectáculo no puede decir no estoy en este teatro (¿es tan difícil asumirse feo, sucio y malo?).

Esta visión aún acompaña a muchos críticos. La semana pasada (abril, mes de abril) una brillante pluma dominical se confesaba: ”me ha llevado la vida tratar de entender al peronismo”. Si hubiese confesado que le estaba llevando la vida entender el amor, la cura aparecería leyendo a la señora Corín Tellado, colección completa. Sus diplomas permiten suponer que entendería la broma. Pero no le gustaría. Asumirse, pareciera, trae desventajas. No queremos ser peronistas.

Se ha dicho cansinamente, hasta el cansancio, que el peronismo es el gen maldito de la clase media argentina. Cooke dejó la puerta abierta y se murió. El peronismo muta sus actores en el escenario. El peronismo es una obra continua. Monsieur Poquelin en estado elemental, de elemental pureza. Troca actores, no la farsa. La herramienta se mantiene. El escenario sigue ocupado. Letras y escenografías parecidas (y diferentes). Nosotros paseándonos de hijos a padres, después abuelos y finalmente recuerdo.
Lo que no se puede explicar admite sólo preguntas. La explicación anularía el carácter.

¿Cómo se puede vivir tratando de entender el peronismo? ¿Vivirán los no explicados, los incomprendidos, en una sociedad sin marchitas, bombos, leyes truchas, apretadas, revanchas, injusticias sociales? ¿Cómo decir que ellos son el mal, el bien?

El mejor consejo dado al enfermo imaginario por Antoñica, la criada, fue que fingiese su muerte, para saber de qué modo la sociedad lo trataría. Argán lo hizo. Venía de la culpa original, estaba convencido que era un enfermo y aceptaba medicina tras medicina, consejo tras consejo, mentira tras mentira. Seguía vivo. Ni mejor ni peor. Se imaginaba enfermo, culpable, finalmente moribundo. A los condenados les resulta fácil fingir su final.

En las obras de teatro todos son actores de un único libreto. Luces, decorados, un parlamento y, en ése texto, la existencia de los diversos mundos encadenados. El actor es parte común y solidaria. No hay extraños observando la obra. El que participa pertenece.
El peronismo, totalmente sano, perfectamente enfermo, es el personaje de Moliére. Localidades agotadas. Habrá mas funciones. No ha terminado el espectáculo.

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