POR QUÉ NO ?
¿POR QUÉ NO... ?
Por Susana Merlo (*)
Argentina tiene alrededor de 2,8 millones de km cuadrados, y por su tamaño, está ubicada en el 8º lugar en el mundo.
Posee una de las mayores amplitudes térmicas: desde el frío polar hasta el trópico, y una gran cantidad (aún no evaluada) de agua dulce.
Su extensión costera marítima es de varios miles de kilómetros, igual que su cordón montañoso: Los Andes.
Todo esto, que no es una lección de geografía, es para significar nada más y nada menos que agroecológicamente el país podría tener cualquier producción agropecuaria que quisiera. Tiene extensión, agua y clima, y además, comparativamente, pocos habitantes para consumir los potenciales volúmenes. Todo esto lo convierte en un exportador neto (hoy día se ubica en el lugar 32º por cantidad de habitantes).
De hecho, en la actualidad está considerado internacionalmente como uno de los muy pocos países en condiciones de crecer sostenidamente en el rubro de alimentos, sobre todo, en los ítems que aplican los sistemas más extensivos, como los granos o la ganadería vacuna sobre base pastoril.
Sin embargo, lejos se está de materializar todas estas posibilidades. La producción ictícola y el aprovechamiento de la pesca de agua dulce es menos que incipiente; no existe casi la ganadería de altura (más allá de la cría de supervivencia) sea para carne, lana, leche o pelo. Las llamas, alpacas y guanacos solo están en los zoológicos y en los libros de primaria.
La Argentina se da el lujo de no tener, casi, cultivos tropicales excepto una media docena de pasturas cuyas semillas, para colmo, deben ser importadas, y la floricultura de exportación, base de la economía de algunos países, aquí es casi una rareza.
Por distintas razones son más los productos que se perdieron que los que subsisten: tung, cártamo, sisal, lino, legumbres, buena parte de los ovinos, el 60% de los cerdos, otro tanto de girasol, el alpiste, etc., son solo algunos de los que desaparecieron o se achicaron en forma alarmante, a la vez que otros como la colza, tan exitosa en algunos lugares, hasta ahora ni siquiera llegó a despegar.
Mientras tanto, grandes rubros como la lechería, el trigo, la ganadería vacuna o la forestación, entre otros, se debaten entre retroceder o mantenerse estancados desde hace casi una década. Solo el yuyo (la soja) parece arrasar con todas las posibilidades.
¿Por qué? ¿Cómo es posible que un país con todas las potencialidades esté en la situación de “cerrar” sus exportaciones por el riesgo del abastecimiento interno? ¿Cómo puede ser que mientras el resto de los competidores y hasta los vecinos (la mayoría de ellos con bastante menos posibilidades) crecen amparados por una formidable coyuntura de precios internacionales, que se vienen consolidando desde 2005, aquí se achica o, en el mejor de los casos, apenas se mantiene la producción?
Se podrían ensayar muchos argumentos, la mayoría importantes, aunque hay dos que son excluyentes: inestabilidad en las políticas para este sector productivo y creciente falta de transparencia en los mercados de referencia, producto de la creciente intervención oficial.
Y sin mercados, con una renta determinada por el humor del funcionario de turno, e inseguridad jurídica por el cambio permanente de las reglas y la aplicación arbitraria de la ley, es muy poco probable que un inversor (local o externo) acepte el riesgo maximizado de los precios, el clima y las políticas internas.
Así, sin liquidez o capitales, es imposible pensar en el crecimiento de cualquier sector, especialmente de los productivos, y más aún del agropecuario que ya conlleva riesgos adicionales.
Y si a esto se le suman las crecientes restricciones energéticas (electricidad, combustible, gas, etc.), mucho más notables (y frecuentes) en el interior, el atraso en el mantenimiento de la infraestructura, sin mencionar la ausencia de nuevas obras estratégicas (rutas, puentes, puertos, ferrocarriles de carga, etc.), y, lo peor, la acumulación de problemas por la falta de resolución de buena parte de los funcionarios, el cóctel es perfecto… ¡pero explosivo!
De hecho, energía e infraestructura, impone el estancamiento e impide crecer, como un corset, pero el efecto/funcionario es directamente regresivo. Y tal vez el ejemplo de las regalías en semillas sea el más elocuente ya que su falta de resolución desde 2003, con el lógico reconocimiento de la propiedad intelectual que implican las nuevas obtenciones vegetales a partir de la ingeniería genética, determina que la Argentina ya tenga 3 años de atraso respecto a los países productores avanzados del mundo, cuando a mediados de los ’90 lideraba en la materia con apenas 6 meses respecto a los Estados Unidos.
En aquel momento los vecinos llevaban las semillas de contrabando desde la Argentina. Hoy los productores locales (que se animan), la deben traer de Brasil para poder contar con la última tecnología, rendimientos mejorados, resistencia a plagas y hasta nuevos materiales para la seca, todo lo cual, como es obvio, representa más seguridad de producción, mayores rindes y menores costos unitarios de producción.
Tal vez ahora se pueda contestar, entonces, "por qué no" produce la Argentina todo lo que podría.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de la Ingeniera Agrónoma Susana Merlo por
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