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domingo, 1 de mayo de 2011

INOPORTUNA MUERTE


¿CÓMO INGRESAR AL PARAÍSO ARGENTINO?
La inoportuna muerte de Ernesto Sábato

"(Ernesto) Sábato debió morirse después del prólogo del Informe CONADEP. Entonces había amor/odio, la verdadera relación entre todas las cosas. Aclaremos, no había literatura en el informe del horror", explica el autor. Quizás así hubiese ingresado al paraíso argentino, que todavía es de 3: Arlt, Borges y Cortázar.

por RAÚL ACOSTA

ROSARIO (La Capital). El sábado que murió Sábato me enteré porque me llamaron (de la producción del programa de mi amigo Gustavo Lorenzati) para que dijese lo que pensaba, sentía o debía decir. Yo iba camino a mi programa. El de Gus comienza a las 9 el mío a las 10. La amistad no perece fácilmente.

El primer problema para cubrir (reflexionar sobre) la muerte de Sábato, precisamente, es que no tenía más amigos. ¿Quien puede ser amigo de alguien de vivió 99 años? Sus amigos están muertos, sus enemigos también. Los enemigos que le aparecen son por sus sombras, como bultos que se menean, las sombras que no asustaban a Hernández.

Sábato debió morirse después del prólogo del Informe CONADEP. Entonces había amor/odio, la verdadera relación entre todas las cosas. Aclaremos, no había literatura en el informe del horror.

Ése informe es heroico. En esos años los milicos tenían fierros, plata, la mitad del país a favor. La milonga era distinta. Minga de banquito, cuadro, orden, humillación, uniforme entorchado para sacar una foto. Que es todo un gesto, ojo. Es sacarle el poncho a un mamao, pero sacárselo. Gesto, insisto. Lo de Sábato fue trabajo, peligroso trabajo.

Ése informe, que juntó 9.000 desaparecidos constatados, no cerró nada, sigue siendo motivo de discusión. Nadie quiere datos, todos quieren su verdad y la verdad, se sabe, es tema de las novelas, la realidad es otra cosa. Hoy la realidad es Hebe de Bonafini y no creo que sea condescendiente para con el viejo Ernesto. La condescendencia es un arma para usar en la literatura. En los cafés es otra la cuestión y en asuntos de vida, muerte (odio/pasión) el perdón es el olvido y se sabe: en Argentina no hay olvido ni perdón.

“Le fue llegando el olvido, y el olvido lo tapó. Don Luis Acosta García, lindo nombre pa’ un cantor, que anduvo de pago en pago…y en ninguno se quedó”.

No se la razón, estos versos de Atahualpa aparecen cuando menciono el olvido a Sábato.

Ni quiero buscar en 'gugle'. En cuestiones de muertes y menciones el gugle suele volverse engañoso. Sábato no se merece la frialdad de los buscadores.

Discutir a Sábato por su trabajo en la CONADEP (para la zurdería aullante cualquier número menor a 30.000 es traición y vamos, son tan militantemente delirantes que han corregido el texto de Sábato al reimprimir el broli en cuestión) o la foto con Jorge Rafael Videla, en la seriada que juntó a deportistas, científicos, literatos y políticos en almuerzos ”sociales” cerca de los milicos, es apostar un gesto contra una trayectoria ¿Quien sobrevive si se apuesta una vida contra un instante? Nadie, ni siquiera los ángeles y los principistas.

Los principitos del buen decir y mejor mirar olvidan sus propios instantes de claudicación. Viven sin placar y sin pasado los buenos de los gestos perfectos. Sueñan que viven una vida de novela.

Por donde se lo mire Sábato es un clásico. Es clásico de los argentinos pelearse con los muertos. Don Ernesto hace un tiempo largo que transitaba con pocos ojos, mucho fastidio y escasa salud sus años. Muchos. Envidiables ¿envidiables? Hum, no lo se.

Hay quienes lo revisarán por estas cosas. A Sábato, en estos días de cronología, no se le busca en el 1960. Claro, no tenía 2011. Sin embargo allá están sus medallas.

Para mi la cuestión es que Sábato es tan argentino que es de los que creía que por aquí pasaba el ombligo del mundo y allí estamos. Pasaba. Pero un día no. Mirá vos. Qué macana, el relato se corrió para otro lado.

Sábato no soportó que el no se hubiese muerto e igual: el mundo siguiese andando. Se sabía vivo, pero olvidado; es una cuestión de resolución en clave de angustias. Eso fue Sábato. Argentina sabe de esas cuestiones, de angustiarse y mirar para atrás. Argentina es parte de los olvidos que lo acongojaban.

Creo que lo de Juan Galo de Lavalle es para recuperar (confesemos, lo trajo de nuevo, al unitario de poncho celeste lo trajo de nuevo, le puso el nombre de Galo, metió su corazón en una lata de duraznos en almíbar, marca Noel, seguramente, y nos contó una historia lindísima, que acojonaba el alma, porque tenía de verdad toda nuestra intención, y con eso siempre alcanza, la buena narración apunta a la intención de quien lee). Su canto épico a Lavalle merece un trono.

Todos sabemos que el informe de, para, por, sin, sobre, tras los ciegos es de una lucidez que se salva solo. Qué aun hoy intimida y deja los ojos quietos y la imaginación volando.

Queda su heroína, Alejandra, y el parque Lezama. Frente al Parque Lezama hay/ había una biblioteca. Ahí nos encontrábamos con un viejo amigo, Osvaldo Ardizzone, que me decía: Bigotes, nadie puede enamorarse en esta plaza, mucho frío, muy descampada, Sábato está loco.

Ardizzone era de Bánfield y del tango. Sábato no fue del tango ése, con costras de sobacos de tanos laburantes y talones rajados de gallego de almacén de barrio. Sábato estaba arriba de Torre Nilsson, Beatriz Guido y Piazzolla. Los tres mencionados lo intentaron, era el ’60. El no .No podía bajarse a la muchedumbre. No lo intentaba. Fue/es una decisión de importancia.

Es cierto, le tocó la más chueca. Borges atrás y por los costados y delante el boom de la literatura de las editoriales, vendiendo libros de los sudamericanos. Cómo pelear contra la moda de unos y el universo del otro. Ni que uno fuera planetario podría y Sábato no lo fue. En el partido de ida y vuelta perdió. Nunca llegó a las finales. No era un buen bailarín.

El paraíso argentino es de tres: Arlt, Borges y Cortázar.

Rumbo al cielo de las buenas intenciones literarias, en el caminito empedrado Lugones, Mastronardi, Mallea, Bioy, Almafuerte, Juan L., Pedroni, Tuñón, hay varios: también Sábato.

Pese a ello tiene su nombre para siempre. Yo lo recuerdo. Los de mi generación todos lo ubicamos. Antes hablábamos de los autores por transitarlos, ahora no se sabe. El universo digital discrimina: mención con o sin lectura.

Que ése es otro asunto. Sábato no quería que lo nombrasen, quería que lo leyesen. Es tan difícil el pedido. Algunos mueren/morimos en el intento. El vivió para saberlo.

Ahora que se ha muerto lo mencionarán varias veces. De lecturas nada. No quedaría conforme, porque además era un cascarrabias (eso, antes, era motivo de bromas, ahora no se sabe, porque con tanta información ¿quien sabe algo de qué?)

Entre el día del animal y el de los mártires de Chicago, en mitad de un día con diarios atrasados y el discurso de Moyano, pidiendo que la presidente repita su mandato, va y se nos muere el último que viene del siglo que se leía en papel y con libros prestados/robados, conseguidos de contrabando. Esperó tanto. Con él termina un formato. No nos dejó tiempo para nada, créanme. Cómo conseguir una necrológica bien intencionada si la literatura es eso: malas intenciones bien contadas.

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