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martes, 17 de mayo de 2011

ROTOS


Rotos por dentro
http://maria-zaldivar.blogspot.com/2011/05/rotos-por-dentro.html
por María Zaldívar

Una larga lista de frases hechas le cabe a la realidad política argentina, huérfana de figuras convocantes: “con todos juntos no hacemos uno”; “en el país de los ciegos el tuerto es rey” o “hazte la fama y échate a dormir” describen a la perfección la pobreza franciscana de nuestra clase dirigente.

Un rápido paneo sobre los personajes de la actualidad que taponan las pantallas de nuestros televisores provoca, en el mejor de los casos, desolación.

Eduardo Duhalde, el padre de la pesificación asimétrica y de Néstor Kirchner se ha transformado, por imperio de las comparaciones, en nuestro Winston Churchill. Primero avaló la mayor estafa que registra la historia económica moderna, movida que empujó a la pobreza extrema a millones de personas al tiempo que provocó una importante transferencia de riqueza de los pobres hacia las arcas de los grandes deudores. No satisfecho con su contribución a esa página memorable de la Argentina reciente, apadrinó la llegada a la presidencia de un agrisado caudillo provinciano que contaba con nula trascendencia nacional y pésimo concepto local. Entonces, el promotor de las dos grandes tragedias de comienzo de siglo y que cualquier país del mundo descartaría por siniestro, hoy luce para la sociedad argentina como la esperanza blanca. Es que suena moderado y hasta prudente; escribe libros aconsejando lo que hay que hacer como si supiera y viaja por el mundo para aprender lo que debería haber sabido cuando se encaprichó con ser presidente.

De la misma microesfera emerge Gabriela Micchetti, un subproducto de la transversalidad “proísta” cuyo pasado político no existe, su futuro es incierto y su presente, difuso. Vino con las huestes de Mauricio Macri, ambos embanderados en la muletilla de “somos jóvenes y nunca militamos” cosa de disfrazar de virtud la carencia de experiencia y hasta de pericia. Tras dejar de lado su admiración por el frepasista Carlos Auyero y por Elisa Carrió, Michetti se volvió el “jocker” del macrismo. En cada elección la prueban donde necesitan una figura colectora de votos. En ese contexto arrancó en 2007 pidiendo a los porteños el voto para hacer realidad, en cuatro años de mandato, los sueños que abrigaba para Buenos Aires. Una vez que se le dio, debía encargarse de acompañar la gestión ejecutiva y presidir la Legislatura local, pero a los dos años (luego de uno plagado de licencias) volvió a sonreír a los porteños para explicarles que era imperiosa su mudanza al Congreso Nacional. Los vecinos creyeron, tal como el partido lo planteaba, que la Cámara de Diputados no sería lo mismo sin ella, que la legislación nacional bramaba por su influencia y le volvieron a dar el gusto. Allá fue entonces Michetti abandonando el mandato antes de lo previsto y dejando la ciudad en manos de un jefe de gobierno part time y la Legislatura en manos de un demócrata progresista con quien comparte el raquitismo en experiencia de gobierno y administración.

Hoy ya está dispuesta a una nueva candidatura, la que sea porque ella es como la compota, buena para todo. Falló su desembarco en la Jefatura de Gobierno pero podría ser vicepresidente. Dos años fueron suficientes para descollar en la labor legislativa y se apresta a encarar nuevos desafíos. Siempre con una sonrisa.

Francisco de Narváez es también un personaje curioso de la nueva horneada de políticos “cool” que deambulan por estos días. Tras una entrada tardía en esto de la cosa pública ha contribuido con la felicidad de los Kirchner que no han recibido de él más que beneficios. Lleva seis años ocupando una banca de diputado que no ha servido para frenar el avance autoritario ni ha sido usina de grandes ni de pequeños proyectos. Aglutinó a la oposición para ganarles en 2009 y, a dos años de aquel batacazo, un escéptico concluye que fue infinitamente más útil al “modelo” que a sus adversarios, hoy deshilachados en gran medida, por los buenos y destructores oficios del “colorado”. Si se descarta la posibilidad de componenda con el oficialismo no se entiende qué cosa lo enfrenta hoy con sus aliados de ayer tanto como para dinamitar el polo anti-kirchnerista que había conformado alrededor suyo con algunos peronismos y amigos del barrio. Si no es adrede, igual merece un agradecimiento desde la más alta jerarquía K por dedicarse a embarrar la cancha desde que desembarcó, un día cualquiera sin demostrar con claridad hasta ahora, para qué.

Ricardito es un personaje de difícil análisis. Sus merecimientos son contradictorios. Merece atención a partir de la gravitación que adquirió tras la muerte de su doble, o sea su padre y merece que se lo ignore por sus escaseces personales. Alfonsín es la exaltación del “emberretamiento” de la política: la elección del peor entre los malos; tanto que no se entiende por qué mira con recelo a los Macri boys; él también hace gala de una página en blanco en materia de experiencia política aunque sea tal vez, la página más prolija que pueda mostrar de sí y de su conducta pública.

Podemos seguir barajando y destapando cartas o caras y serán siempre repetidas y sombrías:


Das Neves, que todavía está tratando de explicar cuánto esfuerzo hay que hacer para ser dueño del mazo, hacer trampa y que te descubran.
O Felipe Solá, ex duhaldista, ex menemista, ex kirchnerista y ex aliado de Macri y de Narváez.
O Rodríguez Saa, el liberal del peronismo, fiel únicamente a sí mismo, a los extraterrestres con los que asegura tener contacto y a su hermano, el ex novio de la turca Sasin; dos impresentables que hicieron de la provincia en la que reinan un feudo donde todo les pertenece en la complicidad de los tentáculos de un Estado benefactor-proveedor-depredador que toma y reparte “a piacere”.

Del oficialismo no queda demasiado novedoso por decir y casi es preferible obviarlo porque siempre es ingrata la referencia al peor de la clase.
En lo personal, me sigue impresionando la prolijidad con que exaltan las mezquindades humanas. Con ellas y su absoluta falta de escrúpulos aprovechan para denigrar el sistema de valores que compartimos alguna vez los argentinos y del que ya no quedan, en muchos casos, ni recuerdos.
El kirchnerismo, etapa superior del peronismo, ha concluido de plasmar el mayor estrago social que se registre en nuestra historia, y que empezó con el advenimiento de Perón.

El peronismo contagió sus bajezas a toda la clase política pero hasta no hace mucho tiempo, aunque sea en privado, aún se solía reconocer la diferencia entre la Biblia y el calefón. El kirchnerismo consiguió alterar la definición del bien y del mal y adormeció a puro consumo a una población inculta y empobrecida de principios que aceptó mansamente las nuevas acepciones. Lo peor del peronismo, hoy en el gobierno, ha creado un vínculo tácito con sus votantes con quienes intercambian permisos para la inmoralidad.

En medio de una anomia desmoralizante, la sociedad se apresta a votar a quien le prometa mantener vivos el festival de planes de vagancia y los subsidios (no sea cosa de pagar por lo que se consume) y le garantice calma frente a las docenas de cuotas que penden sobre la cabeza de la clase media, endeudada hasta el tuétano.
Mientras tanto, no se inmuta por la cantidad de delincuentes que entran a través de nuestras laxas fronteras, ni por los documentos que la autoridad política volantea a destajo; no se inmuta por los miles de puestos de trabajo que le quita esa mano de obra cuasi esclava a los argentinos ni las villas urbanas que engrosan.
No se inmuta por la droga ni por el paco, por la inseguridad ni por la corrupción policial, la corrupción judicial y la corrupción política.
No se inmutan por el atropello a las instituciones, por los permanentes recortes a la libertad individual ni por los aprietes a la prensa.

Sólo puñados vemos con enorme preocupación el futuro cercano y con enorme tristeza y alivio que todavía sigan siendo dos las salidas al destino en que la Argentina está emperrada: Ezeiza y Puerto Nuevo.

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