ALFON-CINISMO
Fue muy fuerte ver a Osvaldo Mércuri, veterano subcaudillo peronista de Lomas de Zamora, lagrimeando junto al féretro de Raúl Alfonsín.
Fue más fuerte aún la exagerada demostración de chiquitaje político de Néstor Kirchner, apareciendo en escena junto a Celso Jaque, cuyo mayor aporte circunstancial es ser el contrapeso mendocino de Julio Cobos, comodísimo en su papel de “único ganador” del velatorio.
Por Edi Zunino
NuevoEncuentro 05/04/09
Tan fuerte como ver a Don Néstor comparándose con Don Raúl, y quejándose de que a él no le perdonan ser tan cabrón como el líder fallecido.
Pasó desapercibido lo fuerte que fue el discurso del presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Fellner, único justicialista en la nómina de oradores para la despedida oficial. Dijo el jujeño Fellner (atiendan bien):
“A los correligionarios del Doctor Alfonsín les pido que no abandonen nunca las banderas de la militancia comprometida, la honestidad intelectual y la decencia republicana. A los compañeros peronistas, les pido que redoblemos esfuerzos para lograr la concreción de la Argentina grande con que tanto soñamos.”
Parece que la honestidad y la decencia quedan para los radicales, mientras que a los peronistas les cabe la capacidad de concretar sin hacer explícitos aquellos atributos. Fue fuerte ver a tantos políticos flojos de Veraz emocionándose ante ese ex presidente que no murió en la miseria pero jamás enriquecido por la función pública.
Es fuerte ver el ascenso político de Ricardo Alfonsín, el hijo fisonómicamente más parecido a su papá, ganando la interna radical (o de lo que queda de la Unión Cívica Radical) a fuerza de pompas fúnebres. En las elecciones a gobernador bonaerense de 2007, salió cuarto detrás de Daniel Scioli (53%), Margarita Stolbizer (16,5%), Francisco De Narváez (10,2%). Pero ahora, Alfonsín.
Fue fuerte leer y escuchar a tantos medios y periodistas acongojados y pasando por alto que cuando Alfonsín andaba sobre sus piernas y gritaba desde los palcos, lo trataban poco menos que de inútil, monstruo o presidente olvidable.
El viejo alfonsinismo (denostado por los peronistas y desestructurado por los propios radicales tras el fracaso rimbombante de la Alianza y la implosión de la UCR durante el “que se vayan todos”) parece haber mutado en algo que suena parecido pero nada tiene que ver: el alfon-cinismo.
La diferencia entre el cinismo y la hipocresía es que los cínicos no ocultan lo que son, mientras que los hipócritas evidencian lo contrario a lo que son. El cínico es un exhibicionista de su desprejuicio. El hipócrita, un trucho.
Hubo una corriente filosófica en la Grecia del siglo V a. C. conocida como la de los cínicos. Se atribuye su fundación a Antístenes y su nombre, a un gimnasio ateniense donde la habría fundado: el Cinosagro. Los cínicos promovían “vivir conforme a la naturaleza” y así andaban por la vida, sin laburar, vestidos a lo sumo con harapos, comiendo de la basura como perros, haciendo sus necesidades por los rincones de la ciudad y explicándoles a quienes los quisieran oír (que llegaron a ser bastantes) que el secreto de la felicidad radicaba en vivir con lo puesto. A veces, eran tan violentos como animales. Provenían de las mejores familias. Las más educadas. Las más ricas.
Hubo una famosa pareja de cínicos. La conformaban Crates de Tebas y la bella y noble Hiparquia, quien aceptó sumársele pese a que él le advirtió que vivirían como perros, incluso copulando en cualquier esquina, a la vista de todos. También se les sumó Metrocles, el hermano de Hiparquia. El pibe estuvo a punto de suicidarse porque (muchachito de alcurnia al fin) no soportaba las flatulencias que le provocaba ingerir lo que otros tiraban. Dicen que Crates lo convenció de seguir viviendo tras un atracón de garbanzos en mal estado que le generaron un verdadero festival de gases que el filósofo se tiró en público. Dicen que su furioso llamado a “no tener vergüenza de nada” salvó a Metrocles.
En aquellas desvergüenzas está uno de los orígenes de la palabra cínico. Claro que el concepto actual de cinismo no alcanza a semejantes extremos. Salvo que lo tomemos como metáfora de nosotros mismos.
Algunas veces por convicción doctrinaria, la mayoría de las veces por debilidad política y siempre con vehemencia, Raúl Alfonsín abogó por los consensos en busca de la unidad nacional. Digámoslo: fracasó.
La Argentina sigue rota, aunque remendada. Empobrecida, aunque la epidemia de dengue nos muestre que podría ser peor. Triste, aunque no precisamente por el adiós de un hombre de 82 años. El problema del estremecedor velorio de Alfonsín es que parece haber sido el síntoma de demasiadas cosas, todas ellas anotadas en la columna del debe.
El mejor homenaje al “padre de la democracia” sería más democracia. Una recreación plural del alfonsinismo hacia adelante. Con “s”, no con “c”. Porque el alfon-cinismo no es otra cosa que más-de-lo-mismo a paso de velorio.Perfil
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