La gente INTELIGENTE habla de IDEAS, La gente MEDIOCRE habla de COSAS, La gente IGNORANTE habla de la GENTE

adsense

sábado, 13 de marzo de 2010

TIRAR EL GOBIERNO


Revista Noticias - 13-Mar-10 - Opinión

http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=2586&ed=1733

Tesis
El rejunte opositor

Desconcertados. La oposición se divide entre los que creen que hay
que bajar los decibeles, como De Narváez y Cobos, y los que piensan
que se debe reaccionar con firmeza como Carrió y Reutemann.

por James Neilson

Hace cuarenta años, el entonces presidente norteamericano Richard Nixon trató de convencer a Ho Chi Minh y compañía de que era un lunático furibundo que estaría más que dispuesto a usar armas nucleares para incinerarlos a menos que aceptaran poner fin a la guerra en Vietnam. Hostigados por una oposición variopinta, los Kirchner parecen haber decidido probar suerte con su propia variante de aquella peligrosa maniobra nixoniana. En su caso, la opción nuclear consistiría en abandonar el poder para que sus sucesores asuman responsabilidad por el ajuste fenomenal que con toda seguridad nos espera. O sea, tirarles el gobierno.

Se trata de una eventualidad que, por motivos comprensibles, asusta sobremanera a los presuntamente presidenciables Julio Cobos, Carlos Reutemann, Francisco de Narváez, Mauricio Macri, Elisa Carrió y cualquier otro que fantasee con mudarse a la Casa Rosada. Pero tampoco les gusta para nada la alternativa de resignarse a que hasta diciembre del 2011, Cristina gobierne sin prestar atención ni al "rejunte" parlamentario al que, como ex parlamentaria ella misma, tanto desprecia, ni a un Poder Judicial que en su opinión está infestado de jueces alquilados que sólo quieren poner palos en la rueda porque no quieren al país.

Puede entenderse, pues, el desconcierto que impera en las filas opositoras. El dilema que enfrentan quienes las integran es brutal. Si se mantienen en sus trece, negándose a permitir que Cristina y su marido en efecto emulen al peruano Alberto Fujimori que en abril de 1992 clausuró el Congreso de su país por oponerse a sus iniciativas, podrían contribuir a desatar una crisis institucional de proporciones, ya que la única forma de salir del embrollo resultante sería a través de un juicio político destituyente. Si se amilanan, actuarían como cómplices involuntarios de la pareja santacruceña, lo que, huelga decirlo, sólo serviría para desprestigiarlos.

Puesto que a esta altura, Cristina no puede sino entender que muy pocos la encuentran simpática, está procurando hacer pensar que, a diferencia de los opositores debiluchos que sólo saben hablar, ella sí posee la fortaleza psíquica necesaria para gobernar el país en una coyuntura muy difícil. Por ser la Argentina un país de cultura política caudillista, el que "esta Presidenta", como Cristina se ha dado en llamarse, esté procurando desempeñar el papel de la Dama de Hierro criolla no carece de lógica.

Para que la estrategia kirchnerista funcione, el Gobierno tiene que convencer a la ciudadanía de que el país está en medio de una crisis económica tan grave que está tambaleando al borde del default, pero que la oposición le impide manejarla. Es lo que está procurando hacer. Si bien es un tanto extraño que Cristina se haya metamorfoseado últimamente en una especie de neoliberal fanatizada que se declara resuelta a subordinar virtualmente todo al pago de la deuda pública a fin de congraciarse con los "hold-outs" que durante años su cónyuge trató como delincuentes codiciosos, tamaña contradicción no ha preocupado a sus partidarios. Acaso sería prematuro vislumbrar la posibilidad de que el populismo argentino, como el norteamericano, termine encolumnándose tras la bandera de la disciplina fiscal y lo fundamental que es merecer la aprobación de los mercados, pero así y todo, desde el punto de vista de los "ortodoxos" la actitud asumida por Cristina puede considerarse en cierto modo positiva, si bien quienes piensan como ellos lamentarán que la haya creído más importante que el respeto por la ley y las formalidades constitucionales.

Sea como fuere, la oposición no tiene el propósito de perder el tiempo polemizando en torno a la mejor manera de pagar las deudas pendientes para que la Argentina pueda conseguir créditos relativamente blandos. Se ha dividido entre quienes creen que les conviene tratar de bajar los decibeles conservando la mesura, como recomienda De Narváez y los líderes radicales, y los que, como Elisa Carrió, entienden que hay que reaccionar frente a las embestidas furibundas de Cristina con la máxima firmeza. Por lo pronto, los deseosos de restaurar cierta tranquilidad llevan la voz cantante. Apuestan a que la ciudadanía los premie por mantener la calma, mostrarse dispuestos a negociar y aferrarse al calendario previsto por la Constitución, pero a menos que los kirchneristas adopten la misma tesitura, los intentos de apaciguarlos resultarán contraproducentes, ya que sólo servirán para que redoblen sus ataques.

El apego a la institucionalidad de todos los miembros del "rejunte" opositor sería digno de elogio si no hubiera motivos para sospechar que se debe en parte a la conciencia de que el protagonismo atropellado de los Kirchner es sólo un síntoma de la enfermedad política que padece el país desde hace comienzos del siglo pasado y que le ha impedido aprovechar debidamente sus inmensos recursos materiales y humanos. Al fin y al cabo, no es la primera vez que la mayoría haya optado por confiar por un rato en un caudillo providencial, para entonces repudiarlo, ya que el ciclo protagonizado por Néstor Kirchner se asemeja mucho a aquel de Carlos Menem. Aunque es factible que en adelante la mayoría se conforme con gobiernos basados en algo más que el poder acumulado por una persona determinada, tendrían que transcurrir algunos años para que el país se acostumbrara a un arreglo tan aburrido.

De todos modos, una cosa es oponerse a un régimen autoritario, torpe y corrupto encabezado por un matrimonio que se cree por encima de la ley, y otra muy distinta es proponer un programa de gobierno que sea a un tiempo realista y coherente para el país que efectivamente existe. Con el pretexto de que aún les quedan un año y casi nueve meses hasta que por fin llegue la fecha fijada para el comienzo de un nuevo período presidencial, las diversas facciones opositoras siguen enfrascadas en sus respectivas internas, brindando así una impresión de confusión y falta de preparación que los Kirchner han sabido aprovechar, desafiándolas a tratar de "destituir" a Cristina para encargarse ellas de lo que todos saben será una tarea terriblemente difícil.

Antes de producirse las arremetidas presidenciales más recientes contra el Poder Legislativo y el Judicial, fue razonable suponer que los Kirchner finalmente acusarían recibo del mensaje que les envió el electorado en junio del año pasado para resignarse a negociar acuerdos con las agrupaciones opositoras que en su conjunto dominan el Congreso, pero parecería que sólo se trataba de una ilusión. Los miembros más influyentes de la clase política nacional, pues, tienen que preguntarse si conviene más permitir que se prolonguen hasta diciembre del año que viene los conflictos que se han desatado, de lo que sería hacer valer sus propias prerrogativas como representantes legítimos del pueblo.

¿Está el país en condiciones de soportar un período tan largo de enfrentamientos estériles provocados por la pareja santacruceña? De ser tan malo el estado de la economía que corre peligro de caer nuevamente en default, permitir que los Kirchner sigan actuando como si aún disfrutaran de una mayoría legislativa automática podría tener consecuencias todavía más desastrosas que las que supondría el adelantamiento de las elecciones presidenciales, alternativa esta que serviría para atenuar el impacto del cambio que a veces parece inminente. Para algunos, la diatriba que pronunció Cristina ante la Asamblea Legislativa sonó como un mensaje rencoroso de despedida, o como una advertencia de que para ella y su marido lo de todo o nada es mucho más que una consigna implícita.

Desde la derrota que sufrió Cristina a manos del campo en julio del 2008, el clima político se ha visto enviciado por la amenaza latente de que en cualquier momento los Kirchner decidan privar al país de sus servicios, ya que a su juicio sería inútil intentar gobernarlo a menos que contaran con la suma del poder político. La semana pasada, la sensación de estar en vísperas de una sorpresa nada sorprendente se difundió por el país, pero entonces se disipó debido a la voluntad negociadora de una parte sustancial de la oposición. ¿Aprovecharán los Kirchner la oportunidad así brindada, o la tomarán por evidencia de que, como siempre han supuesto, la oposición en un tigre de papel, una "mayoría sui generis" que en verdad no representa nada? Puesto que no hay señales de que estén por adoptar una postura más reconciliadora, lo que para ellos equivaldría a una derrota dolorosa, lo más probable es que sigan arremetiendo contra los demás poderes hasta que por fin estos se animen a facilitarle la "destitución" que la pareja parece estar reclamando.

En tal caso, le tocaría a la oposición mostrar que se equivocaban los que, como los Kirchner, suponían que la Argentina es un país tan primitivo que no pueda funcionar sin un gobierno de características feudales. ¿Sería "el rejunte" capaz de superar con éxito el desafío así planteado? Si bien tarde o temprano sus integrantes tendrán que enfrentarlo, la mayoría preferiría demorar hasta fines del año próximo el encuentro con la realidad aunque los más lúcidos entenderán que para entonces la situación económica y social podría ser decididamente peor de lo que ya es.

No hay comentarios.:

Chiste de la semana

Chiste de la semana