ALACRANES
perfil - 11-Abr-10 - Columnistas
http://www.perfil.com/contenidos/2010/04/10/noticia_0038.html
Envenenamientos
por Pepe Eliaschev
Funciona con contundencia silenciosa. No es un procedimiento estridente. Es un mecanismo discreto. Podría decirse que opera como el homicidio por almohada. La víctima es impedida de respirar, pero no se derrama sangre, ni se provocan estrépitos incómodos.
Es lo que pasa con este Congreso sin quórum, convertido en un vehículo con el tanque vacío: se lo ceba, pero no arranca. No hay tropas desplegadas en sus alrededores. No se divulgan proclamas patrióticas. En una Argentina donde ya fatigan apelaciones retóricas a pactos fundacionales (como el incontables veces mentado acuerdo español de la Moncloa), no sólo no se concreta tal entendimiento, que priorizaría las supremas razones de la nación, sino, por el contrario, el camino inverso.
No alcanza con que quienes gobiernan se sientan felices de hacerlo a solas, sino que, además, aman rociar con sal las heridas perpetuas. A diez meses de las elecciones de junio de 2009, el oficialismo admite ser minoría en el Congreso, pero les cierra el camino, con trabajoso esmero, a quienes tienen más votos en ambas cámaras.
No es un problema meramente político, ni tampoco el resultado de una pedestre tramoya al servicio de situaciones particulares, un berenjenal partidario. Es una tragedia cultural. Fríamente, se decide el choque. Deliberadamente, se apuesta al bloqueo. Se opta por un empate aparente, que en verdad constituye un sabotaje. Las atribuciones de mandar se aplican desde el Ejecutivo gracias al fenomenal uso combinado de astucia, amenazas, dineros públicos y los "aprietes" más soeces.
Pero, ¿es que acaso no funcionó el Congreso entre 1946 y 1955, en las primeras dos presidencias de Juan Perón? Claro que sí, pero quedó minuciosamente relegado a escenografía desprovista de sentido operativo, un armado supeditado a la conducción del líder.
Este Congreso, hoy taponado y encallado, expresa la blindada decisión del Poder Ejecutivo de conducir los asuntos públicos con profunda convicción unilateral, a partir de un credo ideológico duro: conducimos nosotros, sí o sí. No hubo ni hay la menor evidencia de que en estos siete años se haya procurado desde el Gobierno ganar batallas argumentales a partir de los fundamentos de la política.
Hay un puro ejercicio del poder. Esa foto tenebrosa del diputado Agustín Rossi sentado, él solo y su alma, en medio de la bancada desierta del kirchnerismo en Diputados, tiene potente elocuencia. La foto dice: o vienen al pie o este Congreso permanecerá atrancado todo lo que sea necesario.
¿Es exagerado desesperarse por estas situaciones? Puntualizar la gravedad indescriptible de una sociedad civil desprovista de una zona de acuerdos a los que se llegue desde la transacción, ¿es magnificar las cosas y envenenarse gratuitamente con un enojo que no corresponde?
La Argentina chapotea en un maximalismo ostentoso que hunde sus raíces en arcaicas e indomables concepciones verticales. Como gobierna un "Frente para la Victoria", el ínclito capo-fila senatorial del Gobierno, Miguel A. Pichetto, declara sin pudor: "Nosotros no vamos a facilitar una derrota de nuestro gobierno". Lo mismo decía y hacía en los años noventa, pero al servicio de Menem. Usa expresivas consignas: derrota es lo contrario a victoria y "nuestro" gobierno es diferente a "el gobierno".
Más allá de las minucias irrelevantes de la crónica cotidiana, lo importante es que la política es para ellos la guerra, nada más. Por eso, algunas chapucerías de quienes adversan al Gobierno son subrayadas con el agregado agraviante de la humillación oficial. Es como en el fútbol, cuando la derrota de uno implica que el ganador lo humille, ofenda, menoscabe, ningunee.
El Gobierno se maneja con un argentinismo que es la quinta esencia nacional: "no existís". ¿No es lo que gritan los lumpen de una barra brava futbolera a los derrotados de turno? Dicen: no te registro, no tenés identidad, no te reconozco, sos nadie, procedo como si no formaras parte de la realidad.
Este es, colijo, el mal argentino más profundo: el otro no me merece. Si no lo aniquilan, como proponía el peronismo gobernante de los años 70 de cara a un enemigo alzado en armas, al menos harán todo lo necesario para impedir que el rival de hoy, que no usa armas, tercie en algo.
¿Retroceso? Es curioso y deprimente: el dominante y ecuménico Perón de hace cuarenta años necesitaba y alentaba acuerdos, componendas, pactos, acuerdos públicos. Se involucró en La Hora del Pueblo, alentó un Frente Cívico, armó un Frente de Liberación, buscó aliados, compartió, abrió el juego. Replegado en Madrid, el caudillo tejía, entretejía, bordaba y zurcía.
¿Por qué los mandamás de 2010 no necesitan lo que el general, en cambio, precisaba en 1970? ¿De dónde viene esta soberbia prepotente de hoy que implica, en último análisis, gobernar imponiendo el vasallaje del rival? Tal vez del sempiterno autoritarismo argentino, que precede al Perón de los años cuarenta, pero que lo sucede y se magnifica en el siglo XXI.
Estos acontecimientos agravan aún más el vacío que produce un Congreso inutilizado acelera y consolida la despolitización civil, madre de las derivas antidemocráticas. Esos oficialistas escondidos tras los cortinados del Congreso regocijándose con el empantanamiento de un Legislativo al que le inyectaron pentotal, no parecen advertir que son los sepultureros del sistema.
Prematuramente saciados sus apetitos de supremacía, no divisan el siniestro cuadro final. Primitivismo de inimputables: hoy los destruimos, mañana ya veremos como sigue la película. No es una conjetura sólo reservada a las personas doloridas por la estolidez oficial.
Los otros días, en Le doy mi palabra, le pregunté al diputado Carlos Heller, alineado con el Gobierno, pero desde posiciones autónomas, por qué el matrimonio presidencial no procuraba gobernar ahora desde las leyes y evitaba imponer la prepotencia de los decretos y la desmesura de la falta de quórum. La respuesta de Heller fue devastadora: "Ah, ¡yo que sé! ¡Preguntáselo a ellos!". Ahí supe que era la ahora del alacrán.
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