FANTASIA Y REALIDAD
-Entre la fantasía K y la realidad
Por Eugenio Paillet
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Un encumbrado secretario de Estado desempolvó, horas atrás, un argumento que tiene tanta antigüedad como su permanencia en el cargo, al que llegó en 2003, de la mano de Néstor Kirchner, y que tiene que ver con esta suerte de renovada luna de miel con el poder de la que parecen disfrutar los esposos de Olivos, o de un insospechado "veranito económico" que les resulta favorable.
"Si hasta acá, con este estilo, nos ha ido bien, ¿por qué habríamos de cambiar?", se despachó ante sus interlocutores.
Lógica kirchnerista pura, el estrecho colaborador y confidente del matrimonio explica sin anestesia, para los que miran la realidad de otro modo, que el gobierno no abandonará ninguno de sus argumentos ni tampoco ninguno de sus muchos vicios, y menos ahora, que todos por igual, unos con más adrenalina que otros, se han enfrascado, en el oficialismo y en la oposición, en la tarea de relojear las candidaturas para cuando lleguen las presidenciales de octubre del año que viene.
Aquel verdadero apotegma del kirchnerismo, aplicado a estos días, supone dar por sentado (desde la óptica del funcionario, y del oficialismo, claro) que los Kirchner no van a cambiar nada. Y que, por el contrario, profundizarán su estilo y la defensa de su tan mentado "modelo", por si fuera poco, a caballo de algunas encuestas que han aparecido en los últimos días, y no sólo elaboradas por los aliados pagos de la Casa Rosada, que hablan de un repunte en la intención de voto de Néstor Kirchner, que sería, hoy, el precandidato mejor posicionado en la grilla, por encima de Cobos, Reutemann, De Narváez o Duhalde, por citar algunos.
Las explicaciones de algunos consultores, ante este fenómeno, es que se trata de un recurso de la sociedad que ya ha aparecido en otros capítulos de nuestra historia.
Espantados por los desaguisados de la oposición, siempre terminarían por inclinarse por el menos malo conocido antes que por el bueno por conocer. Con un agregado: el ciudadano de a pie sigue identificando a muchos de los "buenos" que hoy militan en el arco opositor como parte de los que llevaron a la Argentina al desastre social y económico en 2001.
En esa construcción no hay de qué sorprenderse: la inflación es la que ellos dicen que es a través de los dibujos del INDEC, y no una realidad amenazante que puede complicar a futuro el cuadro social por aquello que se sabe: que ese flagelo se torna indomable cuando se dispara.
No es una novedad decir que muy pocos en el gobierno, y eso incluye al matrimonio gobernante, creen en los números que, con disciplina de cuartel, entrega, mes a mes, Guillermo Moreno.
Ocurre lo obvio: si ellos reconocieran que la inflación es un problema al que hay que salir a enfrentar ahora mismo, no les quedaría a la mano otro remedio que instrumentar un ajuste económico de consecuencias imprevisibles para el futuro de la pareja y de su gobierno. Como lo reconoce un confidente del poder: "Si hacemos eso, en el 2011 salimos tirados por la ventana".
El plan de Kirchner, que ejecuta obediente Amado Boudou, es, antes que nada, una triquiñuela al más puro estilo alfonsinista. Supone plantar la idea de que un poco de inflación a los trabajadores les cae bien y que, al final, los aumentos de salarios terminarán nivelando los tantos.
Caso contrario, si ocurriese alguna disparada no deseada, la fuerza de tareas del kirchnerismo ya se encargará de tratar de golpistas a los empresarios que aumentan los precios por las dudas, como ahora mismo han empezado a denunciar Hugo Moyano, Moreno o Florencio Randazzo.
Los Kirchner nunca pierden. Si acaso la inflación terminara por estallar, ellos se colocarán en el plan de víctimas y no de causantes de tal desmadre.
En el Congreso, los oficialistas prometen que las cosas seguirán como están. Néstor Kirchner mantuvo una conversación con sus jefes en ambas cámaras, Miguel Pichetto y Agustín Rossi, luego del nuevo fracaso de la oposición para reunir quórum, tanto en el Senado como en Diputados.
Cuentan los confidentes que el ex presidente no sólo los felicitó por la estrategia montada de no bajar al recinto para trabar la sesión, también les entregó un mensaje de lo que viene: nada cambia, y la responsabilidad será de la oposición, por pretender legislar sin el más mínimo apego por el reglamento, como es llevar a votación al recinto proyectos que no cuentan con el acuerdo previo de las comisiones.
El mensaje encerró una bravata: "Si la oposición cree en serio que ganó el 28 de junio y que tienen poco menos que un plan para gobernar ellos y no Cristina, que lo demuestren juntando el quórum".
Aquella muletilla del hombre de Kirchner supone, ni más ni menos, que reafirmar el concepto desplegado por el oficialismo respecto de que ellos no perdieron las elecciones de junio, sino que las ganaron a nivel nacional, y que, por lo tanto, la oposición no puede pretender que haya nuevas mayorías en el Congreso. Lo han dicho y repetido, en las últimas horas, dos espadas del kirchnerismo más recalcitrante, como Carlos Kunkel y Alejandro Rossi: "Los devaneos de la oposición parten del error de creer que ellos ganaron, y la verdad es que ganamos nosotros", expone el hermano del jefe de los diputados oficialistas.
Hay un dato que no es menor: pareciera que la decisión de que el Congreso funcione o no pasa por Kirchner. Si la oposición no puede garantizar el quórum y el oficialismo no tiene interés en tratar ninguno de los proyectos en danza, y mucho menos la reformulación del presupuesto 2010, o la ley del impuesto al cheque, o la derogación de los DNU que permitieron el manoteo a las reservas, el oficialismo no hará el campo orégano.
El Parlamento puede parecerse a un edificio que funciona, con luces encendidas y personas caminando por sus pasillos, pero, en la práctica, quedará virtualmente cerrado. Pruebas al canto: en cuatro meses desde que se pusieron en marcha las sesiones ordinarias, el Senado pudo sesionar una sola vez.
En la Cámara Alta, la impresión es que no hay forma de destrabar el conflicto. Salvo por el voto del ex presidente Carlos Menem. Ni siquiera eso: hoy, nadie sabe decir con certeza para qué bando juega el riojano, o si en verdad no juega para ninguno. En este caso, al menos en ese recinto, el parate puede ser eterno.
El gobierno se rasgó las vestiduras frente a las acusaciones de la oposición de que Kirchner acordó con su odiado enemigo para evitar que la oposición sume los 37 escaños que necesita para sesionar. Pero el argumento de Menem para pegar un nuevo faltazo en la sesión del pasado miércoles (visitar a su nieto en el día de su cumpleaños) deja bastante mal parados a los defensores de que no hay transa alguna por debajo de la mesa.
En la Cámara de Diputados, la oposición ha terminado por desnudar también, como ocurre con sus colegas del Senado, la fragilidad de sus acuerdos y las mañas de algunos de sus integrantes, un escenario inusitado, si se quiere, para un bloque que se había asegurado cerca de 140 legisladores sentados en sus bancas, como ocurrió, por caso, el 3 de diciembre último.
La sesión para derogar los DNU fracasó porque aparecieron esos procedimientos de baja estofa. Suena realmente a una tomadura de pelo el argumento de los diputados que impidieron que se formara quórum de que no llegaron a tiempo porque no sonaba la chicharra.
Un dato de la realidad, mal que le pese a la oposición, es que el bloque de diputados de izquierda no termina de acomodarse entre ser oficialista o pararse en el bando del frente. Hay algunos, como los casos de Carlos Heller, Martín Sabatella, Alejandro Basteiro y el SI de Alberto Macaluse, que decididamente se han pasado a las filas del kirchnerismo parlamentario.
El bloque de Proyecto Sur, que conduce Pino Solanas, parece quedar siempre a mitad de camino entre la protesta extemporánea y reclamos de imposibles investigaciones sobre el origen de la deuda que, a estas alturas, hay que decirlo, parece más funcional al oficialismo que cualquier otra cosa.
La foto en sí misma de ese miércoles es todo un símbolo de lo que puede venir, no importa si al mismo tiempo alguien pueda defender el gesto por el lado de la aplicación estricta de los reglamentos: Agustín Rossi, solitario en su banca, y Eduardo Fellner, en el sillón de la presidencia, voltearon una sesión por la que clamaba más de un centenar de diputados.
La comprobación de que para el oficialismo nada hay que cambiar y, por el contrario, hay que reforzar el rumbo trazado hasta ahora, por aquello de que no les ha ido mal, permite advertir que también el gobierno seguirá con sus embestidas contra la justicia, o contra aquellos jueces que no fallan como les gusta a los Kirchner. Una prueba de ese envalentonamiento viene de ocurrir en el marco de los esfuerzos de la oposición por modificar la composición del Consejo de la Magistratura.
"El Consejo, así como está, es perfecto; no hay necesidad de modificar nada", se despachó el ministro de Justicia, Julio Alak. La ultrakirchnerista Diana Conti se pronunció en el mismo sentido y hasta maltrató a sus pares de los bloques opositores casi en tono policíaco, como denunció, sin mucho éxito, Margarita Stolbizer. Pretender que el organismo que tiene la misión de designar jueces, claramente dominado por el oficialismo, no tiene nada que modificar es casi una tomadura de pelo.
Siguiendo con esa misma línea de pensamiento oficial (una oposición desmembrada y errática, inflación que sólo existe en la boca de desestabilizadores o empresarios inescrupulosos, un oficialismo que no perdió sino que ganó las elecciones del 28 de junio) se dice, hoy, en despachos de la Casa Rosada, que, frente a ese estado de cosas, la candidatura presidencial de Néstor Kirchner está más firme que nunca.
Casi un grano de arena en el desierto, puede aparecer algún funcionario que reconozca que, en verdad, si el ex presidente no actuara como actúa, sus rivales se lo comerían crudo, empezando por sus enemigos internos del peronismo. Y que todo no es más que una sobreactuación para retener cuotas de poder de aquí a 2011, y aun después del recambio presidencial, en el supuesto de una derrota electoral que, en verdad, no está en los cálculos de ninguno de esos confidentes, dentro del peronismo aliado o disidente.
No por nada en el gobierno se agarran de aquellas encuestas que hablan de un piso de votos cautivos del santacruceño que ronda el 25 por ciento. Una base electoral que, enumeran, se nutre de la tropa de gobernadores o intendentes aliados que siguen atados a la billetera de los Kirchner, so pena del destierro económico, si alguno de ellos intentara sacar los pies del plato.
Lo de siempre: hay jefes comunales o líderes territoriales que, en privado, hablan pestes del santacruceño y pronostican un rápido fin de su liderazgo. Pero, a la hora de firmar acuerdos, son de los primeros en hacer fila en la residencia de Olivos.
Militan, asimismo, en ese imaginario caudal, los sectores más pobres del Conurbano, que no saben de otra cosa que recibir prebendas de los punteros del barrio. También los grupos de piqueteros oficialistas, los trabajadores sindicalizados que responden a sus caciques, como en el caso de camioneros, bancarios o taxistas. Más una porción de la clase media y aquel sector del empresariado que también critica en privado, pero apoya las medidas oficiales o, simplemente, teme a las represalias.
Párrafo al margen es lo que acaba de ocurrir con el documento sobre la pobreza y la desigualdad social que provocan las políticas del gobierno que pensaba alumbrar la Iglesia Católica. Fueron tantas y tan fuertes las presiones, no exentas en algunos casos de amenazas blandidas personalmente por Guillermo Moreno, que, finalmente, monseñor Casaretto tuvo que resignarse a cancelar el compromiso y guardar el texto en un cajón de su escritorio. "Fui demasiado inocente", se disculpó el prelado.
Volvamos a los cálculos electorales de la Casa Rosada. La candidatura de Kirchner se alimenta, además, con los gestos erráticos o de las dificultades que presentan quienes podrían enfrentar al santacruceño en una interna. Lo que salta a la vista pareciera hasta darles la razón: Carlos Reutemann no se decide a asumir si será o no candidato, Francisco de Narváez sabe que la Corte Suprema no le dará el visto bueno y que deberá nomás aspirar a la gobernación de Buenos Aires, y Eduardo Duhalde promete ahora lanzarse después del mundial de fútbol, aunque sigue sin poder superar el enorme descontento social que genera su figura, tanto como el que la realidad cotidiana, y no sus fantasías de paraísos inexistentes, le muestra al matrimonio Kirchner.
Si, finalmente, todo se tratase de lo que en verdad se supone, y hasta se reconoce en despachos del gobierno, de una estrategia para conservar el poder y erigirse en jefe de la oposición a partir de 2011, Kirchner igual imagina una pelea electoral con sus rivales internos que le permitirá, asegura a sus íntimos, pelear la continuidad del modelo en una segunda vuelta.
Se asegura que Daniel Scioli y el gobernador tucumano José Alperovich ya han recibido señales contundentes del santacruceño de que serán los responsables de acometer ese desafío.
Fuente: La Nueva Provincia (Bahía Blanca
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