AMALIA CONDUCCIÓN
¡AMALIA GRANATA CONDUCCIÓN!
Por Julio Doello
Él, Aníbal Fernández, el sofista oficial, el socarrón Demóstenes de la voz engolada, el primer espadachín del verbo kirchnerista, especialista en el infaiting del chamuyo político y ocurrente fabricador de epítetos descalificantes para rebautizar a los vulnerables figurones de la oposición. Ella, Amalia Granata, una rubia que despierta apetitos concupiscentes, de pedigrí sombrío, que llegó a la fama cuando relató en todos los programas de chimentos de la farándula que pasó una noche con un connotado cantante inglés de rock.
Después, tuvo un fugaz casamiento con un futbolista gallináceo, de opinable habilidad, y promocionó aparatosamente su divorcio. Imposible imaginar una confrontación de ideas entre personajes tan dispares sin apostar a la derrota por nock-out de la improvisada y –aparentemente- rubia debilidad. Pero Carl Von Clausewitz, el teórico de la guerra, tan caro a los sentimientos setentistas, advirtió hace ya tiempo que “jamás hay que aceptar combate al enemigo en sus términos”. Nuestro eterno multi-ministro, un guapo de mazapán, cayó en el error compadrito de hacer pata ancha en tierra de cuchilleros, entró al lupanar mediático, revólver al cinto, y no tuvo en cuenta el puñal que escondía en la liga una pupila lúcida: Amalia Granata.
Es que profesionalizarse en la retórica y en el manejo de los juegos dialécticos entraña como consecuencia una mecanización que nos deja sobreexpuestos ante el interlocutor sencillo, aquel que dice lo que le sale sin que se vislumbre estrategia en su discurso y sin que manifieste adscripción a algunas de las facciones en pugna. Ya lo aprendió Domingo Cavallo cuando la inolvidable, simple, directa y valiente Norma Plá desarmó la arquitectura técnica de su discurso y lo puso a llorar como a un pibe sorprendido robando dulces del frasco.
Estos acontecimientos que relato ocurrieron cuando al Ministro Fernández se le cantó incursionar, vaya a saber el porqué, en el programa más bizarro de la televisión argentina, que conduce un payaso cínico que suele practicar un humor de bisturí: Roberto Petinatto. Concurrió allí quizás animado por la falsa certeza de que en la ocasión se regodearía sacándole lustre a la nada, y quizás hasta se volvería simpático para una teleaudiencia festiva que sintoniza el canal a esa hora, buscando sólo distraerse.
-Ustedes dicen que está todo bien, pero lo que vemos, yo, mis amigos y mis conocidos no es así.- estoqueó Amalia, bien gauchita, con el poncho envuelto en su brazo izquierdo.
Aníbal no pudo disimular su contrariedad, sintió la misma sensación que Maradona cuando lo mordió su perro, y apeló al fárrago de apologías que instrumenta por automatismo para describir las circunstancias venturosas que transitamos los argentinos.
-Por momentos parece que estamos en otro país, me siento como en Suiza ahora. La realidad que mencionan es la realidad de Europa, no la de Argentina.- se animó Amalia, pendenciera, tirándole un puntazo a la persiana.
- Siga leyendo Clarín y viendo TN. Los índices no los invento yo- dijo Aníbal, dirigiendo desesperadamente su mirada a Petinatto, que mostraba su más olímpica cara de “yo no fui”.
-¿Y quién los inventa? – replicó, guapeando, la rubia, que aprovechó el resbalón.
Aníbal no pudo reprimir su soberbia y la ninguneó, recomendándole que se informara más antes de opinar, pero sus cachetes enrojecidos eran un claro síntoma de cerrazón intelectual y, a pesar de la envestida, su estoque sólo trazó arabescos en el aire.
-Yo no le creo ni a Clarín ni a ustedes. Si no pensamos como ustedes nos sentimos señalados y discriminados. Yo quisiera que pasen un día con una persona común y vean lo que pasa… Están viviendo un cuento- lanzó la orillera rosarina, hundiendo su puñal a fondo hasta sacarlo mojado en sangre.
Petinatto se sintió obligado a intervenir y blandiendo una sonrisa sardónica miró a la rubia de ojos de leopardo insomne y le dijo, simulando temor:
-Che… la idea es llegar hasta fin de año con el programa.
- Si no llegamos a fin de año es porque esto sería una dictadura… ¿Qué? ¿Hay que hacerle así a la Presidenta cuando pase? La sensación es que si no pensamos como ustedes estamos marcados- respondió contundente la gauchita blonda, parodiando la venia militar.
Después vinieron los anuncios comerciales y en ese intervalo me cuestioné por qué de Amalia Granata, de puro prejuicio, sólo me habían interesado hasta hoy las fotos de Internet que me envió un amigo de Tucumán adicto a la pornografía. Quizás equivocadamente pensé que no tenía otra cosa que mostrar que la perfección de sus curvas. Nunca imaginé que me daría la satisfacción intelectual de ver un round mediático donde la soberbia de Aníbal recibía tanto castigo que lo obligaba a mirar desesperadamente el reloj.
Ironías de la vida. A veces los gestos patrióticos no vienen de los políticos ni de los periodistas ni de los intelectuales, sino de una mujer de oficio incierto, que con clarividencia se anima a expresar, sin medir riesgos, lo que las mayorías piensan.
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