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lunes, 12 de abril de 2010

EFECTO INVERNADERO




El Congreso no es ni hace lo que debiera ser y hacer desde la asunción misma de Néstor Kirchner en 2003 y poco o nada ha cambiado desde las elecciones de junio de 2009.

Por Gabriela Pousa

No es fácil pretender un análisis político en un país donde la política es de invernadero. Caer en el simplismo de creer y de aceptar que el Poder Legislativo se paraliza porque uno de sus miembros prefirió asistir al cumpleaños de un nieto es tan ingenuo y lastimoso como lo es soportar las consecuencias de un mal, que sin evitarse se predijo.

Hoy, parte de las reservas -que fueran las vedettes de los primeros meses del 2010- están embargadas por el extranjero. Pero nadie habla ya de ello, hay demasiado silencio casi como en los cementerios. Tampoco se escuchan a ciertos productores rurales que antaño parecían emerger como las voces del criterio y la sensatez. Todo se acalla con una velocidad que da vértigo. ¿Cuánto falta para que la coparticipación caiga también en el mutismo?

Rasgarse las vestiduras porque el Congreso no logra ser y hacer aquello que se supone que es y debe hacer, tiene implicancias varias. Por un lado, se ratifica que quienes mejor leyeron el resultado de los últimos comicios, en junio del año pasado, fueron los Kirchner. Por otro, corrobora la fragilidad de la memoria de los argentinos.

En rigor de verdad, el Congreso no es ni hace lo que debiera ser y hacer desde la asunción misma de Néstor Kirchner. Durante los primeros años se convirtió en una suerte de escribanía del poder. No se debatían los proyectos de ley porque respondía al orden inherente que presupone pertenecer al oficialismo: aquello que emana de ‘arriba’ es divino, no merece ser revisado ni cuestionado por los de ‘abajo’. Un concepto bastante peculiar para un gobierno que se autodenomina progresista y popular.

Hoy en día, la situación no es muy distinta, apenas si varía la causa de la parálisis pero no aquello que realmente interesa: la consecuencia. Qué esta semana o la que sigue se logre rechazar un decreto de necesidad y urgencia no implica que el Poder Legislativo retome su senda, ni tampoco que se componga, en la Argentina, una real y efectiva oposición, menos todavía pensar en una alternativa. Lo “circunstancial” no es el quórum favorable a unos u otros sino la política misma.

En los despachos de la dirigencia sólo hay especulación. ¿Cómo se llega al 2011 sin ser salpicado con acusaciones concretas o abstractas y/o causas judiciales con jueces que, a su vez, se hacen a sí mismos idénticos interrogantes? Los archivos son el talón de Aquiles para muchos políticos, y las “carpetas” son el arma que con más habilidad maneja el kirchnerismo. Y no sólo contra sus adversarios, razón por la cual el protagonismo actual de Ricardo Jaime, así como la prisión de Juan José Zanola no sorprende a nadie, como tampoco la destitución del ex juez Federico Fagionatto Márquez.

Ciertamente, también la especulación ha ganado la calle. El ciudadano común especula cómo llegar a fin de mes, de qué manera hacer frente a un estado de anomia donde no cabe esperar políticas de Estado medianamente razonables como para creer que pueda haber un freno a la espiral inflacionaria que fomenta el mismísimo gobierno.

La incertidumbre es la “sensación” más característica de la sociedad argentina hoy, pero de algo se tiene plena certeza: lo inverosímil de la oratoria política. ¿Cuánto tiempo puede la amenaza o la extorsión del Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, limitar el aumento de precios, y en qué manual de Economía – ortodoxa o heterodoxa- figura eso?

Y la pregunta del millón: ¿cómo y cuándo termina todo esto? Es fácil prever una caída del kirchnerismo en los próximos comicios si se tiene en cuenta el rechazo generalizado de un matrimonio auto-desgastado, pero hasta qué punto eso implica un final de hastío y parálisis en lo económico y político es más complicado de ver. Y es que el problema real de los argentinos radica en una crisis que va más allá de los bolsillos. La moral y los principios se han devaluado a niveles impensados. Hasta tal punto se ha llegado, que ya no queda claro, si es esta dirigencia o el sistema aquello que está fallando. En medio del desconcierto lo único firme es la fe.

Las banalidades que caracterizaron la semana que ha pasado serán una constante en los próximos meses, máxime si el mundial de fútbol nos llegara a encontrar con algunos triunfos. Seguiremos escuchando y viendo como el máxime exponente de la política después del Presidente –que se supone que es el Jefe de Gabinete-, se dedica a debatir con una modelo, un episodio de violencia en el conurbano bonaerense; mientras un senador “prefiere” un cumpleaños a representar a su pueblo, y otro “llega tarde” al trabajo.

Eufemismos todos de una realidad que sigue manipulada a destajo por un aparato comunicacional que se aceita encima con la promesa de una televisión digital supuestamente gratuita.

La llamada “cultura del zombie” se hará notar con vehemencia en los próximos meses, acentuando la decadencia de un país que tuvo otra oportunidad perdida. Mientras tanto, Kirchner sigue firme en su objetivo: comprar impunidad para un “retiro” que coincidirá, inexorablemente, con una crisis que no pueda pasar desapercibida, como lamentablemente está pasando la actual. Para ello basta una “caja” -que ha sido y es su única razón de ser-, y la ausencia de una ética que permita separar la paja del trigo con buen tamiz y cincel.

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