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sábado, 26 de septiembre de 2009

LA CONSAGRACIÓN DE LA BARBARIE


LA CONSAGRACIÓN DE LA BARBARIE

Por Gabriela Pousa (*)

Nadie puede negar que, a pesar de la derrota electoral, quién sigue manejando a voluntad la política argentina, es Néstor Kirchner sin más. Hace y deshace a sus anchas superando incluso la levedad de ciertos obstáculos.

Podrán decir que está librando su batalla final, pero la capacidad de dañar no la ha perdido todavía. A sabiendas de ello, oscila entre la tensión social y la amenaza de una caida libre en un precipicio cuyo fondo es desconocido. Su herramienta para seguir en la lucha sin tregua es y será en lo sucesivo la ‘ideologización’ de todo cuánto surja en el escenario político.

La necesidad de asirse de fuerzas para sumar a su causa hace que inevitablemente todo se tiña con ideología, no importa si real o ficticia. Basta observar, aquí y ahora, el desenlace que está teniendo el conflicto en la planta de Kraft para entender hacia a dónde se va.

El enfrentamiento pueblo contra pueblo se demoró en demasía si se observa de qué manera se han dado pasos consecuentes para que así suceda. La tolerancia de algunos fue magnánima frente al atropello permanente de sus derechos.

Lo que acontece a la vera de la Panamericana no es más que aquello que Kirchner pergeñara: conflicto de visiones y posturas sacudido con una ideología bastarda que lleva, por ejemplo, a los “estudiantes” a inmiscuirse en una causa que les es ajena en sustancia. Se pliegan por la ganancia que da el sentirse parte de un grupo de pertenencia marginal.

No se trata de identificación con la víctima sino de victimizarse para conseguir beneficios y gratificaciones. Uno de los jóvenes que cortaban la autopista mencionada, aduciendo solidaridad con los trabajadores de la ex fábrica de galletitas Terrabusi, comentó sin empacho que sumándose a la pelea, lograrían mañana poseer licencias de radio por ser voces acalladas y/o marginadas. Entendieron la consigna K: necesitan del conflicto para surgir como protagonistas sin serlo, y ganar el premio de una rifa en la que de otro modo no participan. No es con el mérito del estudio como se gana en la carrera en la cual se nos está haciendo participar…

La pregunta es de qué marginación hablan aquellos que pueden estudiar (si así lo quisieran) gracias al aporte de toda la sociedad que les paga la universidad… Pero la ‘ideologización’ como plan de supervivencia utiliza esa metodología: entronizan la figura de los excluidos, y en nombre de esa exclusión justifican la “guerra”, y merecen el reconocimiento y la gloria eterna. Kichner así lo plantea.

Esta apología del oprimido ha sido y es fruto directo de la cosecha de este gobierno: desde el primer día rescató a sectores sociales disidentes para transportarlos desde la disidencia hacia el beneplácito con la propia carencia. Surgieron entonces, los piqueteros oficialistas que en lugar de superar su pasado gris, lo idolatran y afianzan porque los sitúa en condiciones de recibir recompensas disímiles, dádivas.

Lo mismo acontece con cierta izquierda trasnochada. Un país subsidiado no alimenta ni el don ni la dignidad del trabajo.

Gracias a no vencer los males que tuvieran, son dignos ya de acceder a privilegios insospechados años atrás. Luis D’Elía, por ejemplo, sigue insistiendo con su vivienda paupérrima en una zona mísera para ganarse el despacho oficial y el transporte ‘ad honorem’ (pero a costo elevado para el resto de la sociedad)

El reo no va tras las rejas sino que sale de atrás de ellas porque pasa de ser víctimario a ser víctima de una sociedad que no lo supo comprender y sostener como debía.

A su vez, el asesino recibe rendención si acaso tuvo una infancia signada por la pobreza. Y aquellos que nacieran en condiciones adversas, y se superaron apelando a la cultura del trabajo y el esfuerzo cotidiano, quedan sepultados y castigados por un nuevo linaje instalado en la sociedad: la aristocracia de los marginados.

En ese sentido, el principal oprimido resulta ser el mismísimo Néstor Kirchner y su mujer: incomprendidos por los resabios de un neoliberalismo o de un capitalismo salvaje, da lo mismo, que obra como chivo expiatorio para todos los males habidos y por haber…

Se ha pasado de la cultura del esfuerzo y la superación personal, a la cultura de la queja y el llanto. Cuánto peor son mis condiciones, mejor la paso. Cuánto mayor es mi delito, más justificado salgo. Es así como los menores de edad quedan redimidos aunque cometan aberraciones de adultos, y los mayores salen premiados con planes sociales que suplen el valor trabajo.

El malechor entre rejas es un marginado y merece contención. Afuera la verdadera víctima es mal vista porque “algo habrá hecho” (o dejado de hacer) para que el “pobre desgraciado” se convirtiera en vándalo. Hay que redimirlo y revindicarlo. Las culpas se invierten, y todos somos culpables de lo que pasa aunque no entendamos nada.

En estas condiciones, la sociedad se va asentando sobre las bases de los peores. Y son, precisamente, los peores los que asoman como modelos, héroes, líderes, ejemplos…, supliendo incluso a los próceres de antaño a quienes se les niega ya, desde las conmemoraciones hasta los aplausos.

Del mismo modo, en este instante en que se libra una batalla campal en la zona norte de la ciudad, no es de asombrar que los policías terminen condenados bajo el rótulo de ‘los malos’, y los desalojados del predio serán los santificados en nombre de los eufemísticos “derechos humanos”.

Todos contra todos, era inevitable.

Mientras las imágenes de ataques garrafales en la fábrica tomada sobre Panamericana, se muestran en los canales aún libres de pasarlas, los argentinos en su conjunto observamos sin que nos llame la atención, la atrocidad que se sucede por desidia de la autoridad.

No se trata de un hecho aislado sino del desenlace de muchos otros que ya han pasado. El trayecto se va completando, y es así como estamos presenciando la consagración de la barbarie en nuestra apática sociedad.

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