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lunes, 14 de septiembre de 2009

SEIS AÑOS




Por Gabriela Pousa

Pasaron seis años de la asunción de Néstor Kirchner al poder. Desde entonces, hay situaciones irrefutables por las cuales no es dable pensar ya que pueda haber alguna suerte de cambio positivo en la conducta presidencial. Para algunos, lo que podría denominarse “la era K”, tuvo un período de “gloria” a juzgar por cierto crecimiento que se evidenciaba en variables económicas tras la crisis del 2001 y la salida que le diera Eduardo Duhalde, pese a no devolver dólares al que depositó dólares, etc., etc., etc.

Sin embargo, la historia de un país, y también de un gobierno, es un todo que se logra sumando las partes. Y a esa suma, los beneficios que obtuvo la Argentina bajo el mando de los Kirchner, le restan. Le restan por la simple y sencilla razón de todo cuánto se ha destruído en ese mismo lapso. Las instituciones han sido socavadas y vilipendiadas en forma sistemática. No sólo se convirtió al Poder Legislativo en un apéndice del Ejecutivo, sino que la Justicia quedó relegada a los designios de quién ocupa el sillón de Rivadavia.

Hoy el Congreso pugna por recuperarse, y hasta hay más dudas que certeza en torno a las causas por corrupción y enriquecimiento ilícito que merodean a los K. ¿No hay intencionalidad en esta suerte de olla que se destapa casi en el final? Una forma de garantizarse impunidad es con una salida en la cuál las acusaciones que les ciernen queden como “cosa juzgada” para evitar volver sobre ellas. ¿Se estará autojuzgando el matrimonio presidencial? Como sea, el destino será similar.

Asimismo, otras instituciones fundacionales de la República sufrieron, durante los últimos años, afrentas impensadas: las Fuerzas Armadas debieron soportar – y soportan todavía- ataques infundados, desgüace y un descrédito que no tiene correlato en el mundo entero. Ni siquiera en países ‘modelo’ para los Kirchner como Venezuela, Bolivia o la mismísima isla caribeña. La Iglesia corrió similar suerte: desde el pimer festejo patrio, allá por el 2003, se anuló la ceremionia del Tedeum porque el entonces primer mandatario no estaba dispuesto a escuchar algún sermón que pudiera disgustarlo. Recién cuando encontró quién le garantizara una misa con palabras “pasteurizadas” se volvió a la tradición pero con el escenario trasladado a las provincias menos adversas al jefe de Estado.

La escuela pública terminó siendo una especie de cuartel capaz de ser tomado por el alumnado si alguna materia, autoridad o calificación no es de su agrado. El histórico Colegio Nacional Buenos Aires, por ejemplo, fue escenario de tomas, agresiones y batallas campales mientras la Universidad de Buenos Aires descendía raudamente de su puesto de calidad educativa en el ránking mundial. Hoy, ya no figura en la lista. Tamaña institución educativa estuvo más de un año sin poder elegir rector. Cada intento por lograrlo convertía el claustro en un blanco de ataques donde no faltaban piqueteros, encapuchados, palos, “sentadas” de “estudiantes”, y todo sin que la policía pudiese actuar para liberar el espacio.

Llovieron durante meses, las declaraciones cruzadas entre el Gobierno de la Ciudad y Aníbal Fernández, entonces ministro del Interior, tratando de dilucidar cómo era que los uniformados no evitaban la toma de edificios públicos y se garantizaba sesionar al consejo que debía llevar a cabo la elección. No era una problemática de autonomía sino una maniobra kirchnerista por quedarse también con la caja de la UBA. En ese trance hasta se conoció el despilfarro en el negociado de las fotocopiadoras con los centros de estudiantes escuchando cifras que escapan a cualquier balance.

De todo ello, a veces, parece que nos hemos olvidado. Han sido, sin embargo, muestras harto válidas de cómo estábamos y hacia adónde nos encaminábamos. No pasaron tantos años. Todo transcurrió durante el kirchnerismo. Si acaso antes había dudas de cuán civilizados estábamos, se disiparon todas a lo largo de estos últimos seis años. Hoy, la barbarie ganó las calles, y es fogoneada desde la residencia de Olivos en comunión con la Casa Rosada.

¡Vaya si hemos perdido tiempo y oportunidades! Mientras todo esto sucedía en nuestras narices, quizás nos creímos felices por poder salir de vacaciones, cambiar el auto, pasar del monitor al plasma, o sumar un electrodoméstico más en la mesada. Con esos artificios que, misteriosamente ahora, aparecen en el léxico oficial como lujos suntuarios proclives a un impuestazo, se nos cegó la razón o al menos la capacidad de ver más allá de la coyuntura nacional. El fútbol se sumó con el mismo objetivo.

Nuestros almanaques no tienen más hojas que las que es capaz de planificar el gobierno central. El corto plazo, si bien no es una novedad, se enfatiza con fuerza brutal. Vivimos de hoy para mañana. Mareados por el vértigo de no saber qué había o qué hay más allá, ahora nos encontramos sin siquiera calendarios. “Mañana” pasó de ser un enigma para ser una esperanza…

Lo que se llamó “viento de cola” parece que terminó siendo un tsunami. Hasta acá nos ha arrastrado: queriendo volver en sí, advertimos que estamos demasiado embarrados, y el país ha sido literalmente saqueado. Pese a ello, siguen los Kirchner cumpliendo el mandato. Defensores férreos de la democracia aseveran que deben llegar al 2011. Esa misma democracia, sin embargo, no da grandes signos de vitalidad en la actualidad, y tras ella se evidencia algo que directamente la jaquea: el atropello descarado a la Constitución Nacional.

Los artículos preclaros de la misma se han vaciado. La libertad hoy depende de la pericia que tenga el matrimonio en la cooptación de legisladores para sancionar una ley de medios que no es más que un eufemismo para un “modelo” dictatorial que se pretende instaurar. Si bien es cierto que el periodismo fue cómplice muchas veces con su silencio, hubo voces que -en la más absoluta orfandad- advirtieron este desenlace final.

En los comienzos fuimos muy pocos los que no sucumbimos al encantador de serpientes que bajo el “nick” de pingüino engrupía con un “look casual”, y su llamado a la transversalidad. Ahora, nuestros análisis políticos o económicos son quizás redundantes en el rin en que se ha convertido el país en general. Pero lo deshecho, deshecho está.

No se trata de un pase de facturas, se trata de tomar conciencia, de madurar como sociedad porque detrás de las imágenes, de los sondeos, de las oratorias suele haber algo más, y sobre todo porque si desde este masivo y aparente “darse cuenta” en manos de quién hemos estado -y seguimos estando-, no hallamos una enseñanza capaz de sellarnos a fuego como ciudadanos volveremos a empezar otra historia no igual pero quizás similar.

Para evitarlo, tal vez lo más sensato sea tener conciencia plena de que los almanaques no están limitados y que hay vida más allá del verano… No es sano tampoco que veamos el 2011 como meta aunque sea entendible que así suceda.

El objetivo de la Argentina, como país que debe rehacer su institucionalidad y otorgar sentido a su coordenada principal: la Carta Magna, tiene que atender horizontes que vayan mucho más allá. Veinte, treinta años o más. Ciertamente, no está De Gaulle ni Churchil esperando para gobernarnos, pero la balanza hoy muestra a las claras que peor que ésto no parece haber nada. Y el freno se torna necesario como el oxígeno o el agua.

El kirchnerismo, cuyo final es previsible por el autogolpe que se infringuen sin pausa cada día que pasa, será –antes o después- una reminisencia para tener en cuenta. Desde la asunción fueron consecuentes con lo que buscaban. Radicalizaron los métodos hasta llegar a este presente donde la amenza y el apriete son las únicas armas que ostentan.

Los medios están en alerta, y está claro que Julio Cobos, que pese a su rol de vicepresidente, se erige como el político capaz de hacer sombra al avance indiscriminado del ex mandatario y su cónyugue, debe prepararse para una lucha sucia y desnivelada. El resto será esperar que les rebote alguna de sus propias balas.

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