AL DON PIRULERO
LA CRISIS ES UN EUFEMISMO, LA DECADENCIA UNA REALIDAD
Por Gabriela Pousa
Al Don/ al Don Pirulero, cada cual/ cada cual atiende su juego…”
Por esa inevitable costumbre de ser argentinos, pareciera que cuánto más serios son los temas, menos seriedad despiertan. Extraña realidad que nos subyuga y nos encuentra azorados en una suerte de eterno letargo. No atinamos a dar respuesta a la caterva de insenateces que nos rodean. Hay quejas y reclamos que sirven para la catarsis de sobre mesa, o al menos, atenúan el peso de las responsabilidades cuando se hacen eco en las redes sociales.
Nadie, de todos modos, se atreve a afirmar que no nos merecemos lo que nos pasa en realidad. Quizás sea Néstor Kirchner fiel representante de este pueblo que se ha dormido en los laureles hace tiempo. Pero tampoco creamos -si es que podemos dejar a un lado la soberbia por un rato-, que son esos, los laureles que nosotros supimos conseguir. Otros lo han hecho, y a esos otros los hemos dinamitado también, ya sea con el abandono infundado o con el desdén hacia las miserias que ciertos “historiadores” han hecho de sus gestas y epopeyas. Antes se veneraban a los próceres, en esta época parece que la moda radica en urgar sus carencias y limitaciones.
Así fue como nos hemos quedado sin héroes y sin modelos. Así es como, de pronto, un “arrepentido/a K” puede erigirse paladín de una causa sin que hayamos probado si acaso merece el pedestal. Después, después es tarde y es inevitable el desencanto. Me pregunto en este silencio elocuente de los debates infundados, si acaso María del Carmen Alarcón, por poner un ejemplo no más, es 100% culpable del fraude que ha protagonizado. ¿Por qué la endiosamos? ¿De dónde viene ese afán de hacer de simples mortales, seudos líderes que duran lo que un castillo de naipes?
En gran medida, si hoy estamos sumidos en la decadencia más que en una crisis de esas que de algún modo siempre estuvieron presente en la Argentina, es por culpa nuestra. Sé que esto de generalizar suele ser injusto para con aquellos que ponen, a diario, su granito de arena en un desierto arrasado por tsunamis de políticos improvisados y carentes de humanidad, pero se entiende a qué me refiero. O al menos algunos sabrán leer más allá de las palabras que limitan mi pensar.
Somos una suerte de hormiguero que un desquiciado ha pateado. No quedó ni la unidad que, mal o bien, y a pesar de ese individualismo tan característico en nuestro gen nacional, habíamos logrado. Nos separaron por décadas: los 70’, los 90’… Nos dividieron por clases: empresarios y proletarios. Suena obsoleto hasta tipearlo pero así sucedió y hemos respondido a ello con un silencio malsano. Nos cercenaron por raza y color. Y en pleno siglo XXI, aquí mismo, se nos ha endilgado arbitrariamente el mote de oligarcas, de blancos, de negros o villeros con impunidad magnánima, y situándonos con igual descaro en derechas e izquierdas cuyo contenido ya se habían vaciado hace rato…
Todo eso, lo aceptamos como rebaño.
Hoy, situados en un escenario que muestra una lastimosa decadencia moral, vemos como se rifa la dignidad por un monto arbitrario. Los dirigentes políticos están en tarimas y son rematados al mejor postor. De algún modo reemplazan al ganado que escasea en los mercados. Es cierto, las demanda es poca, y quizás ello explique el bajo precio que se ofrece por la mentada “cooptación”. Las conciencias se han vaciado. Hay intereses que reemplazaron a los principios; hay ambiciones que desplazaron a las convicciones.
Ante esa realidad, no puede haber sino lo que hay: un desorden que va más allá de cualquier crisis nacional o internacional. Al menos no nos engañemos más: el problema argentino nada tiene que ver con el déficit fiscal que acecha, el gasto público que se acrecienta, ni tampoco amerita buscar sus causas en falsas estadísticas. Todo ello no es más que la consecuencia de una pérdida más profunda y consecuentemente, más dificil de saldar: la ausencia de valores y moral.
No pretenden estas líneas sentar cátedra ni me absuelven a mí de responsabilidad. Algo hemos venido haciendo mal. No es el gobierno el que va a hacer autocrítica ni menos todavía dará un paso atrás. No pidamos peras al olmo. Posiblemente debamos reconocer aunque no guste, que el gobierno plasmado en el matrimonio presidencial es lo más transparente que hay. Muestran su juego inescrupulosamente, son lo que han sido siempre: impúdicos aficionados que saben guardar ases para momentos impensados. Atacan por la espalda como lo han hecho desde el vamos.
¿Cuándo han demostrado ser diferentes acaso? Si hay quienes creen que han cambiado porque, en algún pasado más o menos cercano, el dólar no amenazaba con llegar a 4, o porque cambiar el auto resultaba más fácil de lo que resuelta ahora, y el 1° de Septiembre ya teníamos la bodega para cruzar en el verano a Punta del Este, pobre de nosotros…
Podemos esgrimir a cuatro voces que estos políticos no nos representan en lo más mínimo, pero quizás lo hagan en una cuestión fundamental: el ser argentinos. Y en ese ser, una caraterística que, está claro no nos ha abandonado: el manoseado “no te metás”. No nos hemos metido ni lo estamos haciendo ahora. La queja y el agravio que obra de desahogo en correos electrónicos, esa demostración de hartazgo que tal vez creamos que nos absuelve de algo, no aportan demasiado ni implican meterse de lleno en lo que nos incumbe porque no somos elenco. Estamos aquí para ser protagonistas. José Ingenieros no daba mucha alternativa al sostener que, en la vida, se es barco, timonel, o galeote…
Conscientes o no, hemos elegido dejar el timón en manos de quién no tiene escrúpulos a la hora de comadarlo. Podrán decir que todas estas afrentas que estamos viviendo a diario son sus últimos manotazos de ahogado. Es posible que así sea. Escasea la certeza. Sin embargo, téngase en cuenta que, en uno de esos últimos manotazos, quienes podemos resultar ahogados somos nosotros por el sólo hecho de estar inmutables, contemplando…
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