PECULIAR BICENTENARIO
“LA VIDA ESTA EN OTRA PARTE”
(en los albores de un peculiar “bicentenario”)
Por Gabriela Pousa (*)
“Mucho ruido y pocas nueces” suele decirse, y es entonces cuando las aguas se calman porque en definitiva implica que nada pasa. Sin embargo, esta vez el ruido trae aparejado sensaciones inversamente proporcionales al sistema democrático: el miedo y el desconcierto. El hartazgo a tanto circo que se pretende vender como serio.
Como en la mayoría de los conflictos que se han desatado en los últimos años, para esta sensación de náusea sartreana frente a lo que pasa o no pasa, tampoco hay respuesta concreta. La solución brilla por su ausencia, y quizás por ello estamos tan encandilados. No podemos ver y mirar simultáneamente. No distinguimos el negro del blanco, en la misma bolsa caen comerciantes de datos, y periodistas cuya pericia y profesionalismo son practicamente indiscutidos. Por lo general, para estos últimos además no hay ni sponsors ni espacio.
Qué en los albores del Bicentenario -fecha politizada para intentar remontar una mística kirchnerista cuyo certificado de defunción ya se ha firmado-, se debata quién emite el epiteto más vulgar y agresivo, no permite que las demandas perentorias de la gente ocupen el lugar que deben. Las calles están bloqueadas, la inseguridad no cede, y la agenda política se pierde en abyectas temáticas que no aportan a construir un país simplemente vivible.
A esta altura de las circunstancias, nadie pretende que un Ejecutivo caracterizado por la confrontación permanente, ofrezca políticas de Estado tendientes a permitir que el futuro sea algo más que un vocablo vacio o vaciado. Tampoco hay ínfulas de apresuramiento en los tiempos, ni acciones que amenacen con el regreso a un placebo envenenado: los mandatos abortados. Pretensiones de grandes cambios se han esfumado hace rato. Cristina Fernández de Kirchner y su cónyugue seguirán siendo quienes han sido, y son desde que desembarcaron en Balcarce 50 hace más de 6 años.
Aquello que surge como deseo o utopía quizás, es un menguar de agresiones que no aportan un ápice a la sociedad, y en contrapartida la dejan a la intemperie librada a amenazas con las cuales por sí sola no puede lidiar.
Asesinatos, “salideras bancarias”, “boqueteros”, eufemismos varios para una delincuencia amparada en “garantías” abstractas, y hasta sicarios surgen como ratas en una geografía donde aquello que había florecido ha sido arrasado.
La justicia se enfrenta a una caricatura de si misma: el juicio popular es un regreso a los tiempos de barbarie que se creian superados. La Ley del Talión vuelve para ocupar el lugar de la Constitución, o ni siquiera porque sólo queda un compendio en blanco, y aquello que fuera letra preclara cualquiera termina mal interpretándolo por conveniencia.
En medio del caos es muy difícil percibir la razón. Por acto o por omisión el gobierno es artífice de este estado de alteración que impide que la política se ocupe de lo que debe. Sometidos a un circo permanente, los límites entre lo normal y lo anormal se desvanecen. Comenzamos a creer que todo cuanto acontece es parte de la común cotidianeidad. En ese trance, se pasa de espectador a comediante sin que nos demos cuenta siquiera del cambio de rol.
El asombro del observador deviene en gesto adusto de acostumbramiento a vivir mal creyendo que se vive mejor si acaso no se ha sido partícipe directo de alguna de las atrocidades que se plasman a diario, en meros pantallazos del televisor. La realidad, como la vida, a la que aludía Milan Kundera, está en otra parte. Y nosotros también estamos en otro lugar.
El regreso es ahora el punto de partida hacia adelante. Para que “mañana” no sea solamente un adverbio de tiempo, es menester regresar simplemente a las fuentes, a lo normal. Después podremos pedir o exigir más.
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