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sábado, 29 de mayo de 2010

AGENDAS


UNA CLAVE EN LA CONSTRUCCIÓN DE LAS AGENDAS DE LOS CANDIDATOS

El poder de los entornos sobre los presidenciables

Por Matías Ruiz


Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política

Aun cuando la política conlleva una dinámica y una complejidad particulares, tarde o temprano, su análisis minucioso termina por remitir a refranes populares, como el que reza: "Dime con quién andas, y te diré quién eres”.

En incontables ocasiones, los argentinos suelen remitirse al propio arrepentimiento, luego de optar en pasadas elecciones por un candidato presidencial que, a la postre, resultó ser "el equivocado". En idéntica proporción, esos mismos compatriotas terminan justificando su "error", alegando jamás haber imaginado que el mandatario hubiese errado tanto el camino.

Los últimos años se las han arreglado para poner en tela de juicio aquello de que "el ciudadano jamás se equivoca al votar". Lo cierto es que los argentinos seguimos en deuda con nosotros mismos, de cara a ese análisis realizado a consciencia y en el que las sociedades democráticas maduras nos llevan tanta ventaja: se trata del estudio minucioso de cada candidato, y los márgenes de previsibilidad que puede caberles en relación a la impronta con que teñirán su futura Administración.

Vertiginosamente, nos aproximamos a la pretemporada de la carrera hacia la Presidencia de la Nación, a definirse en la contienda electoral programada para octubre de 2011.

Comienza hoy a vislumbrarse un fenómeno que oportunamente supo atribular a la figura de Carlos Menem. Hoy, cuando en cualquier conversación de amigos se filtran los nombres de Néstor Kirchner o la Presidente Cristina Fernández, la respuesta suele ser la misma: aparentemente, "nadie los votó". Otros -con timidez- hacen de sus palabras un acto de contrición y expresan su decepción ante el consabido yerro: se trata de aquellos que los eligieron, no sin haberse tragado el cuento de que representaban a la "nueva política".

Con todo, el ciudadano posee las herramientas para anticiparse a lo que podría configurar el futuro gobierno de un candidato. Se trata, ni más ni menos, de analizar el entorno sobre el que éste deposita sus expectativas en tiempos de campaña. En los albores de las presidenciales de 2003, Menem no supo interpretar los renovados reclamos de la sociedad en términos de mayor honestidad y currícula límpidos para los funcionarios públicos. Es correcto asumir que la campaña mediática que -con asiento en el Grupo Clarín, en acuerdo ya no tan secreto con Néstor Kirchner- demolió su imagen durante meses. Pero no deja de ser certera la afirmación de que el riojano hizo oídos sordos a los reclamos de los votantes, y continuó mostrándose de la mano de Gerardo Sofovich, Alberto Kohan y otros muchos. Mientras tanto, se sabía que -entre bambalinas- pululaban en su estructura individuos de la talla del ex ministro Manzano, por citar otro caso. Los dos factores mencionados le construyeron a Menem un techo en términos de intención de voto, que terminó por caerle encima y aniquilar sus posibilidades para alcanzar el sillón de Rivadavia.

Unos cuantos años antes, en 1983, Raúl Alfonsín accedió al poder con ese innegable salvavidas de plomo que representarían luego la "Coordinadora" y la juventud. Este elemento le significó al fallecido estadista la pérdida del control de su gobierno, al tiempo que el espacio que lo llevó al poder vomitaba nuevas figuras, luego determinantes en la crisis existencial del radicalismo. Crisis en la que hoy la UCR continúa inmersa. Y no debe olvidarse la consecuencia más nefasta del proceso: el suicidio que significó para los radicales el "Pacto de Olivos".

Con todo, y ya de cara al 2011, pareciera ser que se perfila un sano retorno del bipartidismo, dado que las candidaturas de mayor impacto mediático asoman desde la Unión Cívica Radical (Cobos, Alfonsín Junior) y el Peronismo en todas sus vertientes -"disidente" y oficialista- (De Narváez, Duhalde, Solá, Das Neves, Sergio Massa, los Rodríguez Saá, Reutemann, Scioli, Kirchner). Ni la centroizquierda soterradamente aliada al kirchnerismo de Pino Solanas ni el socialismo de Binner -pasando por el recurso verbal sui generis de Elisa Carrió- tienen chances reales de llegar al poder, a no ser que saquen boleto en los trenes de los dos conglomerados principales. Vale aclarar que la lista de referentes citados no alude necesariamente a la carrera presidencial (dado que el listado se acortaría). Nos referimos puntualmente a la llegada de los nombrados a los centros decisionales de poder de la Nación, en todas sus dimensiones.

Consideraciones abstractas como la intención de voto y la bastardeada "imagen negativa" no influyen de manera decisiva en el resultado que arrojan las urnas. Este vendrá -en buena medida- determinado por las estructuras electorales reales de militancia y acuerdos de palabra o por escrito sobre los que los candidatos edifiquen sus programas. Sin embargo, esa consideración social puede resultar determinante y demoler esperanzas.

La política en su versión argentina hace las veces de un enorme tablero de ajedrez cuatridimensional en el que las figuras reproducen infinidad de interacciones dignas de ser analizadas por la probabilidad, la combinatoria, el sentido común, los acuerdos previos y la percepción del votante respecto de cada referente. Y, huelga decir, esta faena suele exceder o sobrecalentar las capacidades analíticas de politólogos y columnistas políticos, dejando a un número limitado de ellos en condiciones de "predecir" lo que sucederá.

En cualesquiera de los casos -y, acercándonos más a la situación política actual-, es la variable de la percepción que el ciudadano tiene de los candidatos lo que perfectamente puede definir el resultado que arroje la contienda.

En este sentido, los conglomerados radical y peronista deben lidiar cada uno con sus propios bagajes. Los de Yrigoyen deben movilizarse en medio de una marejada de malas influencias provenientes del espectro empresario, mientras que los peronistas deben apuntar al propio equilibrio para que las figuras del sindicalismo no terminen hundiendo sus expectativas electorales. Esta referencia no debe malinterpretarse en el sentido de que los gremialistas en su totalidad sean denostados y despreciados a viva voz por una mayoría de la opinión pública, aunque debe reconocerse que ellos no exhiben márgenes de aprobación envidiables.

La debacle de los políticos en general y la percepción negativa que de ellos tiene la sociedad suele ser el primer enemigo a vencer por cada candidato a presidente. Aquí se vuelve tangible una primera, aunque antigua, expresión: "Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos". En gran medida, el matrimonio Kirchner es el gran responsable de la denigración permanente que la ciudadanía les obsequia a sus políticos, luego de siete largos años desperdiciados en la faena para reconstruir a la Argentina y volverla una nación viable y fiable. De tal suerte que cualquier candidato que, desde las gateras, considere que esa mala imagen no le aplica, queda fuera de carrera en forma automática.

Los candidatos se trenzan hoy en un juego que no tenían previsto: se trata de ver quién resulta ser, a fin de cuentas, "el menos peor".

El radicalismo se encuentra en medio de una cinchada caníbal, por cuanto las corrientes cobista y alfonsinista juegan a destruirse mutuamente y reavivando el MAD (Mutual Assured Destruction que presentaba como alternativa la guerra fría entre occidente y el bloque soviético). Puertas adentro, la confrontación entre unos y otros cobra un matiz tan retrógrado y escaso de acuerdos, que el propio Ricardo Alfonsín ha decidido amagar con asociarse a Hermes Binner, si acaso ello le sirve para remover al molesto Vicepresidente Julio César Cobos de la ecuación. Para colmo, ninguno de los dos candidatos principales puede esgrimir a la gestión como atenuante o "punto a favor", si se quiere. Ambos carecen ostensiblemente de ella: Alfonsín jamás fue gobierno, y Cobos no ha tenido roles verdaderamente ejecutivos en la Administración Kirchner, representando -a su vez- una víctima potencial de un bamboleante voto moda (que Alfonsín replica al cobijarse bajo la figura de su padre). El vice tampoco puede subirse al caballo de su trabajo en la provincia de Mendoza, distrito que no deja de exhibir groseros índices de pobreza, al tiempo que él mismo se sabe salpicado (aunque más no sea indirectamente) por sonados casos de corrupción originados en la práctica empresarial.

El peronismo, a su vez, debe luchar con una poderosa percepción negativa que en gran parte debe agradecerle a Néstor Kirchner: la sociedad percibe al movimiento peronista como una auténtica "bolsa de gatos", misma atribución con que en su momento la sociedad caracterizó a la tristemente célebre Alianza que llevara a Fernando de la Rúa a Balcarce 50. Sin ir más lejos, una aplastante mayoría ciudadana se aferra al siguiente pensamiento -sin importar que su índice de desconocimiento sea elevado- : Kirchner y Cristina son peronistas; por ende, todos los peronistas son igualmente corruptos. Sufren los hombres que se siente orgullosos de continuar "el legado de Perón" del síndrome del caballo con tapaderas. Consideran -sin mayor análisis- que la sociedad sabe distinguir entre "peronistas disidentes" y "peronistas oficialistas". Pero, ¿acaso tienen argumentos contundentes para corroborar esta visión de forma cabal? Es dable considerar que no.

El bastardeado gremialismo, en ese submundo que representa dentro del justicialismo, se ve aquejado por males incluso peores. La consideración que el ciudadano promedio tiene de ellos es, sin dudas, la peor. Más grave aún: los propios trabajadores de cada gremio desprecian inocultablemente a sus jefes sindicales. El porteño Víctor Santa María, Moyano, el taxista Viviani, el estatal Amadeo Genta con su eterno socio Patricio Datarmini y el judicial Julio Piumato (entre otros) son puestos en el imaginario social del gremialismo en el mismo escalón que hoy ocupa Juan José Zanola, el sindicalista-empresario que cayó en medio de los vaivenes de la "mafia de los medicamentos". Lejos de aplaudir a sus líderes, los trabajadores de cada gremio solo pueden hacer de mudos testigos frente a la manera como estos personajes se quedan con la casi totalidad de los incrementos salariales que se les promete, mientras que se vuelven esclavos de obras sociales confiscatorias y que prestan servicios de la peor calidad. En el caso de Santa María, cualquiera sabe que éste jamás se desempeñó como encargado de edificios. A su manera, cada uno de estos señores ha tomado los recaudos para eliminar a la competencia, por lo general echando mano de métodos violentos.

Los sindicalistas mencionados arriba son peronistas y, si bien pertenecen a la órbita del kirchnerismo, se presume que en 2011 saldrán disparados hacia el candidato disidente que sea, apenas los números se confirmen negros para el matrimonio patagónico. A su debido tiempo, se convertirán en un pesado lastre para quien termine siendo ungido como el candidato presidencial definitivo, finiquitadas las internas (vayan "por adentro" o "por afuera") y derrotado Néstor.

Por otro lado, y aún cuando los trabajadores gastronómicos se cuenten entre los más "felices" del gremialismo argentino, ¿sería saludable para un candidato a presidente del justicialismo salir caminando de la mano de Luis Barrionuevo? ¿Aportaría cientos de miles de votos independientes a la plataforma presidencial de un candidato, si este recorriera las provincias acompañado de Gerónimo Venegas, el hombre fuerte de UATRE? ¿Qué tanta "imagen positiva" ilumina a los mencionados? ¿Cuánto de ella acompaña a Armando Cavalieri? La inserción de esta batería de preguntas no es menor, por cuanto hace pocos días fue tema de conversación entre Hugo Moyano y la Presidente de la Nación, Cristina Fernández. En una suerte de bizarra pelea para definir quién representaba el mal menor, ambos terminaron enrostrándose el desprecio ciudadano que cosechan de cara a la sociedad. Allí volvió a notarse, contundentemente, la escasez de recursos que caracteriza a nuestra primera mandataria.

Por cierto, entre los candidatos del peronismo "disidente", pululan también empresarios de la más variada extracción. O, para ilustrarlo con un lenguaje más gráfico, se trata de serpientes de toda forma y color. La referencia obedece a personajes de incontestable prontuario, y que hace décadas han dejado de ostentar currículum. Tal vez, la única viveza criolla que pueden exhibir obedece al hecho de que no se muestran abiertamente, dado que son conscientes de que ello podría perjudicar al candidato. Sin embargo, algunos se las han arreglado para posicionar a su prole, con el objetivo de poder pararse frente a las cámaras una vez que el candidato sea proclamado vencedor. Operaciones maquiavélicas y engaños mal disfrazados que en poco se diferencian del "salariazo" prometido por Carlos Saúl Menem, que precediera a congelamiento de salarios y políticas planificadas y bien aceitadas de inflación recesiva o "estanflación" y represión indiscriminada del consumo. En definitiva, el gran dilema del peronismo del siglo XXI orbitará bajo la pregunta que sigue a continuación: ¿puede el partido permitirse recurrir permanentemente a figuras desgastadas, en aras de un objetivo electoral? ¿Justifica el fin la utilización de cualquier medio?

El trillado "Dime con quién andas, y te diré quién eres" retorna con fuerza al centro de la escena. El ciudadano promedio -y potencial votante- debe comprender que su compromiso no tiene lugar solamente el día de la elección. Esta ardua tarea debe dar inicio meses antes de acercarse a la urna: corresponde plantearse este análisis desde el foco en el entorno de todos y cada uno de los candidatos. El gatillo debe darse ante cada ocasión en que alguno de ellos recurra a fraseología que involucre términos como "nueva política" y similares.

La historia reciente nos brinda ejemplos categóricos. Néstor Carlos Kirchner se alzó con el poder declamando representar a una nueva dirigencia, de corte nacionalista y en donde imperarían el orden y la fortaleza de las instituciones. Terminó echando mano de piqueteros violentos como Luis D’Elía y Milagro Sala, mientras sus funcionarios del área de seguridad reconvirtieron a las fuerzas del orden en una guardia pretoriana que hizo lo suyo para defender a los moradores de la Casa Rosada y atacar a opositores políticos y periodistas. Los hombres del gobierno con trato directo con el empresariado, transformaron la práctica comercial del país en una gigantesca alcancía, manipulada para provecho propio. Alimentó el cónyuge de Cristina Fernández una estructura judicial que jamás lo perseguiría, desde la Corte Suprema hasta el último tribunal de primera instancia. Sucedió como en muchas naciones del África subsahariana, en muchos casos reconvertidas a "repúblicas democráticas" que terminaban ejecutando genocidios con cifras récord de muertos.

La opinión pública deberá, forzadamente, tomar nota de estos datos a la hora de preguntarse sobre la agenda de sus propios candidatos. De otro modo, la Argentina reproducirá otros cien años de inacabables tormentos, mayor subdesarrollo y acentuada dominación. Y, quién sabe, si acaso el próximo bicentenario continuemos existiendo como república.

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