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martes, 25 de mayo de 2010

VISIÓN DE PAÍS


Río Negro - 25-May-10 - Opinión


Bicentenario y visión de país

por Daniel Zovatto (*)

Celebramos el Bicentenario de nuestra independencia, de ahí la importancia y urgencia de contar con una visión de país de largo plazo y con políticas de Estado que la acompañen. Hace casi un siglo, cuando en un clima de euforia Argentina celebraba su primer centenario, Joaquín V. González advertía en su "Juicio del siglo" (publicado por "La Nación" el 25 de mayo de 1910) acerca de la "ley del odio o de las discordias internas" que tanto daño nos había producido hasta ese momento y que lamentablemente persiste.

Hoy la situación en el país es muy diferente. La euforia de hace un siglo ha sido reemplazada por un sentimiento más sobrio. Es cierto que estos 27 años de democracia son un activo que debemos preservar y valorar en toda su magnitud; resultaría un gravísimo error no hacerlo. Pero también lo es que pese a los importantes avances logrados en los últimos años (muy importantes, por cierto) subsisten severos déficits entre los que se destacan la debilidad de nuestras instituciones, los aún altos niveles de inseguridad legal, la anomia que caracteriza nuestra cultura jurídica, los elevados índices de pobreza y desigualdad social, el desempleo de dos dígitos y la inseguridad ciudadana, entre otros.

En efecto, en nuestro país existe una profunda crisis de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia. No se cuestiona la democracia representativa como sistema político y forma de gobierno sino la eficacia de sus instituciones para resolver los problemas que afligen a la sociedad. En otras palabras: los argentinos pedimos mejorar la democracia, no renunciar a ella.

¿Por qué no podemos avanzar en la dirección correcta como lo hacen otros países, incluidos varios de nuestros vecinos más cercanos? Existen muchas razones, pero quisiera apuntar las siguientes: 1) Argentina es un país cíclico, cada cierto número de años ocurre una crisis económica o política que obliga a "empezar de cero"; 2) somos un país sin proyecto, "un pueblo sin visión" compartida que sintetice lo que quiere ser en el mediano y largo plazo y, más trascendente aún, cómo lograrlo, y 3) el país no cuenta con conducción estratégica, no existe un acuerdo entre las elites dirigentes que, reconociendo y respetando las diferencias, dé continuidad al proyecto de país mediante gobiernos o situaciones económicas coyunturales.

¿Cómo mejorarla, entonces? En mi opinión se requiere, en primer lugar, garantizar un mínimo de bienestar social para todos, bienestar que se exprese en el disfrute de los derechos sociales básicos como el trabajo, la salud, la educación, la seguridad y la vivienda digna. Se requiere, asimismo, un Estado activo y responsable cuyas instituciones se rijan por los principios de honestidad, transparencia y eficiencia en la gestión pública.

Por lo tanto, no hay tiempo que perder. El siglo XXI marcha de manera acelerada y no nos espera. Debemos escapar de una vez por todas de esta "miopía estratégica" que nos tiene atrapados desde hace ya tanto, del cortoplacismo, de la improvisación, de la "ley del odio y la discordia interna" que sigue vigente y que hace falta derogar para siempre. Por otro lado, la complejidad del contexto internacional, los retos de la globalización y los desafíos de nuestra propia realidad nos exigen actuar (como recomendaba Weber a los políticos) con pasión, mesura y, sobre todo, con sentido de la responsabilidad.

Para ello es imprescindible el diálogo, la construcción de un gran consenso nacional que sustente una visión de país de largo plazo. Un consenso que nos permita definir una estrategia de desarrollo y políticas de Estado estratégicas y sostenibles que trasciendan un período de gobierno, un período presidencial o legislativo. Una visión de país que nos inserte con éxito dentro del proceso de globalización y que ponga en marcha un círculo virtuoso caracterizado por crecimiento económico alto y sostenido, generación de empleo de calidad, reducción de la pobreza y disminución de la desigualdad, mayores niveles de cohesión social, fortalecimiento institucional, seguridad jurídica y gobernabilidad democrática.

Obviamente, un consenso de este tipo no puede ser demasiado amplio porque ello lo volvería complicado e inviable. Debe ser, por el contrario, un consenso articulado sobre cuatro o cinco objetivos fundamentales a los que se sumen los esfuerzos y la energía de todos. Son consensos que unen a la gente.

¿Cuál es la visión de país que queremos? ¿Cuáles son nuestras fortalezas y oportunidades y cuáles nuestras debilidades y amenazas (internas y externas)? La clave de nuestro tiempo reside en la aceleración del cambio. La constante es el cambio, un cambio que genere grandes oportunidades (veamos los avances de los países asiáticos en los últimos 40 años o, más cercanos a nuestro entorno geográfico y cultural, los de España, Brasil y Chile de los últimos 25 años), pero observemos también las fuertes amenazas, los graves peligros que acechan a los países que no actúan con inteligencia.

Tenemos que escapar de cuatro maldiciones que nos persiguen desde hace mucho: 1) tratar de refundar constantemente el país; 2) apostar a los "milagros", es decir, a la creencia de que todo cambiará y para bien de la noche a la mañana, sin esfuerzo, sin trabajo, sin sacrificio; 3) el nefasto ciclo de crisis-reactivación-estancamiento en lo económico y de ilusión-desencanto-ira colectiva en lo social y político y 4) la miopía estratégica del corto plazo y la improvisación.

Si no sabemos lo que queremos, si no ponemos brújula a nuestro esfuerzo, nos arriesgamos a volver a equivocarnos. En política y en materia de desarrollo no todos los caminos llevan a Roma. Por ello es imprescindible esa visión de país de mediano y largo plazo fruto de un amplio consenso acompañado por instituciones fuertes, eficaces, legítimas y transparentes, un liderazgo de calidad, políticas públicas universales y efectivas y, sobre todo, mucha, muchísima disciplina y persistencia en mantener el esfuerzo y el rumbo fijado. Como Ulises, hay que poner oídos sordos a los cantos de sirenas que desde las orillas nos piden abandonar el trabajo duro y buscar el atajo, el camino fácil. Como diría Ortega y Gasset, "Argentinos, a las cosas, a las cosas".

(*) Doctor en Derecho Internacional y máster en Diplomacia. Director regional para América Latina de International IDEA

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